viernes, 13 de noviembre de 2009

Confieso que he evadido (I)

El sábado tuve una fructífera excusión por Stroessner City. Llamo así a la franja de negocios de menudencias de todo tipo que se extiende desde la Terminal de Ómnibus de Retiro hasta la estación del Mitre, y que me recuerda al Puerto Stroessner de los años 80. Adam Smith se emocionaría viendo a un mercado funcionando tan maravillosamente, libre de trabas, impuestos y regulaciones. Imagino que, además de la escasa intromisión estatal, los precios se benefician de un gran ahorro en costos de transporte y distribución, ya que se trata una zona vecina a la terminal de ómnibus, en cuyas alforjas seguramente llegarán, tax-free, productos de países vecinos.

Por $410 me hice de los siguiente: (1) un par de botines “Puma” (enfatizo las comillas) número 43 ($80), (2) una zapatilla Adidas número 45 ($40), (3) otra zapatilla** Adidas –mismo modelo– número 44 ($40) y (4) un aparato fabuloso llamado DVCD. La marca es IMPEX, y posee los siguientes features: (4.1) reproductor de DVD, (4.2) reproductor de CD; (4.3) ¿reproductor? de jueguitos electrónicos (me vino con dos joysticks y un CD con 300 juegos incluyendo clásicos de todos los tiempos como el Arkanoid, el Pacman, el Donkey Kong I, II y III, etcétera); (4.4) Karaoke y (4.5) entrada USB para enchufar la computadora o un pendrive con películas bajadas. El vendedor me aseguró que el electrodoméstico de marras contaba con garantía total por tres días y servicio técnico, y me entregó una boleta de monotributista.

Cargado de estas fantásticas mercaderías quise completar la fiesta consumista comprando en otro puesto callejero una tentadora brochette de carne de origen no especificado. Luego de probado el primer bocado entregué el resto de las piezas (cuatro) a un nada agraciado cusco que, luego de probado el primer bocado, intentó librarse del dudoso regusto tomando el agua grisácea de uno de los baches todavía intocados por la ofensiva del compañero Mauricio.

OK, hasta ahí la parte anecdótica, que me llevó a plantearme someramente los dilemas morales de la compra de productos “truchos” y, más en general, de la economía informal. Ante la duda, decidí comprar. El que no tenga pecado, que tire la primera piedra. Tema jodido desde el punto de vista ético, el de los productos truchos. ¿Quién tiene un Windows verdadero? ¿Quién no usó alguna vez software pirata? Claro, de ahí a evadir el impuesto a las ganacias hay un trecho, pero en el medio hay un degradé que presenta ciertos conflictos. ¿Era inmoral comprar un remedio genérico cuando regía la injusta ley que los prohibía? ¿Es inmoral comprar en un negocio que, en principio, no entrega factura? Aunque te entregue una factura a vos, si no la entrega *siempre* quiere decir que va a poder evadir incluso tu compra, porque seguramente habrá acumulado suficiente crédito de IVA como para que el impacto impositivo sea exactamente cero. De modo que ese negocio tiene costos menores que la competencia, de los cuales te estás beneficiando.

En fin, la idea era llegar a una propueta de formalización acelerada de la economía informal, basada en una bancarizacíon semi-forzada. El post se alargó un poco, así que lo discuto mañana.



** Cuando llegué a casa me di cuenta de que se trataba de un par desparejo. Tuve que volver a cambiar la 45 por una 44. Pero luego comprobé que ambas me quedaban grandes. Volví y, a falta de número 43, las cambié por unos botines de fútbol de salón, operación por la que me cobraron un adicional de $10.
Tags: economía informal

No hay comentarios:

Publicar un comentario