El 8 por ciento del ingreso de cada familia (hasta 18 por ciento) en las familias más pobres, se gasta en pequeños y no tan pequeños actos de corrupción.
Desde la cantidad que cada semana hay que darle al de la basura para que se lleve la basura, hasta el trámite cotidiano de pagar por estacionarse en un lugar que debería ser de todos, hasta, por supuesto, la lana para que el policía no levante una infracción. Cien pesos para que quien mida el agua no invente que tienen que cambiar el medidor, y cien más para que el funcionario de barandilla en verdad haga su trabajo.
El jueves por la noche en el estadio Azul, durante la final del futbol, cientos si no que miles de butacas estaban vacías. Sólo se habían vendido unos cinco mil boletos, los demás los había entregado al club a porras y compromisos comerciales, pero la mayoría, a juzgar por lo que se vio martes miércoles y el propio jueves en los alrededores del estadio, se lo quedó la reventa, que sí, aunque usted no lo crea, está prohibida en México. Alguien se había corrompido, y miles de aficionado habían pagado un “extra” para ver a su equipo favorito.
En total, ese gasto en pequeñas corruptelas suma lo mismo que el presupuesto anual del Poder Judicial o el estado de Chihuahua.
Nos hemos acostumbrado. Es parte de vivir donde vivimos, pocos se quejan, y más bien todos participan. Es nuestra manera de ser eficientes: con una lanita por debajo del agua.
Es curioso que en el acuerdo por la legalidad firmado hace poco más de cien días se ignorara casi por completo el asunto de la corrupción y por completo el asunto de nuestra ilegalidad cotidiana. Una demostración más que lo contemplamos como parte de nuestra vida.
Esta semana, Luz y Fuerza del Centro dijo que hay alrededor de un millón de diablitos en la Ciudad de México, es decir un millón de usuarios que no pagan luz y nadie se alarma.
Esta semana también, la Concanaco publicó un nuevo estudio que indica que en varios sectores la economía informal ya es mayor que la formal. Y ni siquiera es tema de discusión pública. Cito del informe: 27 por ciento del total de los trabajadores (12 millones de personas) y la mayoría de las microempresas se encuentran en la informalidad. La producción del sector informal en relación con la producción total de la economía es más sobresaliente para el caso de comercio, restaurantes y hoteles, y servicios comunales, sociales y personales. La producción del sector informal en comercio, restaurantes y hoteles representó 32.7 por ciento y los servicios comunales, sociales y personales 33.6 por ciento, del total de la producción de ese sector en 2003.
La población ocupada en la economía informal pasó de 8.6 millones de personas en 1995 a 10.8 millones en 2003, mientras que el último dato dado a conocer por el INEGI para 2007, la economía informal absorbió 27.3 por ciento de la población ocupada, es decir, 12 millones de personas. Asimismo, en este año los sectores con mayor empleo informal fueron el sector de la construcción con 66.6 por ciento del personal, seguido por el sector comercio con 41.6 por ciento de las personas ocupadas, esto es, casi siete de cada diez personas en el caso de la construcción y cuatro de cada diez en el caso de comercio, restaurantes y hoteles, del total de personas empleadas en estos sectores se empleaban en el sector informal.
Muchos de los informales, por supuesto tienen que pagar mordidas diarias para trabajar, muchos también adquieren sus productos (muchos piratas) en distribuidoras tan fuera de la legalidad como ellos y son vulnerables, por supuesto, a más corrupción de parte de las autoridades.
Uno de los grandes fracasos de nuestra alternancia es que a ocho años, según el informe de Transparencia Internacional, los mexicanos creemos que la corrupción está peor que con el priato.
Sabemos que la corrupción y la informalidad tienen costos económicos enormes para el país y para el Estado.
Pero no sólo eso.
Pensar que nuestra corrupción grandota, la de funcionarios, licitaciones, gobernadores, policías, ministerios públicos, encargados de la lucha contra el narcotráfico, y demás curiosidades no tiene que ver con la microcorrupción, con nuestro cohecho cotidiano, es un absurdo.
Cada mordida que damos, que toleramos o que vemos dar va definiendo nuestra relación con la autoridad y con la legalidad. Cada acto de corrupción es un acto que fomenta la impunidad, del que da y del que recibe.
Como en tantas otras cosas, hay cosas que se pueden hacer pero se ignoran.
Hay países que en cinco y diez años han corregido sustancialmente su problema de corrupción con medidas concretas. Nada espectacular. Pequeñas medidas para corregir pequeñas transas. Sin discursos, ni conferencias de prensa, ni “Programas Nacionales”, sin show, pues, con eficiencia y ganas.
Carlos Puig
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