lunes, 1 de septiembre de 2008

Mujeres trabajadoras, la mayoría en el sector informal

El olor a carne asada cruza la esquina y se cuela por las narices de los trabajadores que van saliendo como torrente de los edificios de la zona 1. Su asadero, apostado en una banqueta, es como la flauta de Hamelín, atrae irremediablemente a los empleados que salen con los estómagos cantantes al filo del medio día.

Entre una humareda, y con un delantal al que le cabe de todo, Licely da órdenes a sus dos empleados mientras organiza una fila de clientes hambrientos que poco a poco se va haciendo más larga. “Soy mi propia jefa y mi sueldo depende de mi trabajo. A mí nadie me está poniendo condiciones”, dice segura esta mujer de 50 años que descubrió en el sector informal una forma de ganarse la vida sin sentirse discriminada.

En el restaurante donde trabajó por cinco años todos ganaban más, aunque siempre era ella la que encendía y apagaba la luz. Ahora no tiene jefes gritones, ni compañeros que abusen de su buena fe y cuando alguno de sus hijos está enfermo, se da feriado, así de tranquila. Licely pertenece al 77 por ciento de las mujeres trabajadoras, las que se emplean en el sector informal. Sólo un 23 por ciento trabaja en el formal. Y aunque carecen de prestaciones, vacaciones pagadas o seguro social, trabajar por su cuenta ha sido la mejor manera de hacerle frente a la precariedad laboral.

Desigualdad ante todo

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) presentó un informe en el que se da cuenta de que en Guatemala las mujeres ganan un 42 por ciento menos que los hombres, la desigualdad más grande en toda América Latina.

“El proceso de reducción del Estado y de ajuste estructural dejó a una gran cantidad de mujeres sin empleo. El Estado era el mayor empleador y mantenía a un gran grueso de ellas. De esa cuenta, ha arrojado a las ex trabajadoras a la economía informal”, afirma Sonia Escobedo, secretaria de la Mujer de la Presidencia. “El problema va mucho más allá de que mujeres que desempeñan el mismo trabajo que los hombres devenguen un menor salario”, agrega. Están también las condiciones laborales y las mismas leyes que, a veces, ayudan a que la desigualdad salga invicta.

“El Código de Trabajo le otorga a las trabajadoras agrícolas la categoría de ayudantes, ello les niega la condición de sujetos laborales y por tanto de prestaciones, no aparecen en las planillas”, explica Rosalinda Hernández coeditora de La Cuerda. “Esa legislación de tipo feudal da pie a que en algunas fincas a las mujeres les paguen Q20 al día, esa cifra me la comentó una cortadora de café de Coatepeque”.

El Código de Trabajo hace un apartado donde unifica a las mujeres y a los menores de edad, los hombres están aparte. “Urge una reforma al código” dice airada Escobedo. Rosa, trabajadora de casa, está de acuerdo. Ella no tiene prestaciones ni un contrato legal, y su jornada no termina nunca.
El Código de Trabajo plantea que el empleado de casa particular “no tiene horarios” por lo tanto si la patrona quiere una taza de té en su cama a las 4 de la mañana Rosa debería llevarla, todo en el marco de la ley. “Era un compromiso de los Acuerdos de Paz propiciar una ley para la protección de la trabajadora de casa particular, van 12 años y la ley no se ha promulgado”, aclara Escobedo.

En todos lados

La informalidad es también, en ocasiones, invisible. “En las áreas urbanas la miramos con la venta de tostadas, de comida o de ropa en la calle, pero la informalidad está en todas partes. La contratación de trabajo temporal sin prestaciones laborales o el trabajo a domicilio donde empresas contratan a mujeres para hacer trabajos a destajo y ellas tienen que llevarse la materia prima a sus casas, eso es informalidad y está invisibilizada”, puntualiza Escobedo.

De la población económicamente activa en Guatemala el 35 por ciento son mujeres. Licely sabe que hay desventajas, días en los que la carne se queda en el asador, nunca tendrá vacaciones pagadas y pensar en una jubilación es como pensar en vivir en Marte. “Son mujeres que viven al día a día, y aparte que tienen a su principal amenaza en las municipalidades”, recuerda Escobedo. Licely asiente. Ya le han dicho que debe mudarse de acera, pero eso significaría hacerse de nuevos clientes y empezar otra vez de cero. “Una relación informal a la larga deteriora la calidad de vida de las mujeres”, concluye Escobedo.

Las guatemaltecas ganan 42 por ciento menos que los hombres.

Por: Marta Sandoval


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