Lejos de la locura de los vaivenes de los mercados financieros y de pronósticos apocalípticos que auguran lo peor para Portugal, la preocupación de los habitantes de la región Norte de este país poco tiene que ver con una eventual quiebra de la economía o la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Unión Europea. La prioridad de muchos vecinos de Braga, Guimarães o Vila Nova de Gaia es vivir el día a día, en condiciones precarias, a base de subsidios del Estado y de la economía informal, que funciona como amortiguador de tensiones.
"Si viene el FMI no es ningún problema. Las personas que están mal, seguirán mal", dice un empresario. La región Norte es un claro ejemplo, extensible a muchas zonas del país, del fracaso de un modelo económico que dejó de ser competitivo. Aquí viven 3,7 millones de personas, más de un tercio de la población total, y está el grueso de la industria; más del 70% de las empresas que exportan el 45% de la producción de Portugal. Textil, calzado, cuero, madera, muebles, construcción..., todos estos sectores han pasado por el viacrucis con distintos resultados.
Las estadísticas oficiales indican que solo en el distrito de Braga, con unos 174.000 habitantes, el año pasado cerró una empresa por día. Entre enero y agosto de 2010, la cifra aumentó hasta 571 empresas, lo que supone un aumento del 2,3% con relación al mismo periodo de 2009. El desempleo, que a escala nacional es del 10,8%, supera el 11% en la región Norte. En otras palabras, en un país de 10 millones de habitantes hay un parado por familia, de promedio.
Estos datos preocupan más que las fluctuaciones de los tipos de interés de la deuda soberana a los tres directivos que me reciben en las oficinas de la Asociación Industrial del Minho (Aiminho), que agrupa a 1.600 firmas industriales y comerciales de las 60.000 que hay en los distritos de Braga y Viana do Castelo. António Marques, presidente de la asociación, subraya que los dos principales problemas de las empresas son la falta de liquidez y el cierre de mercados, y a la hora de citar a los responsables, distribuye las culpas dentro y fuera de las fronteras. En contra de la opinión de empresarios y economistas, sostiene que "bajar los salarios no es el camino para un modelo de crecimiento sostenido". "Los salarios son una parte de la estructura de costes. Se puede mejorar la productividad de otras formas. Por ejemplo, bajando la carga de la Seguridad Social sobre las empresas [23,7% por trabajador]".
En tono autocrítico, Marques reclama un cambio de vida de los portugueses y una forma distinta de actuar: "El Estado tiene que gastar menos, los Gobiernos tienen que ser más rigurosos y cortar el gasto público primario. Tiene que haber más ética y más transparencia". Más eficiencia, mayor ahorro y creación de riqueza y empleo. Para aplicar la receta del presidente de Aiminho, el Estado debería privilegiar "a las pequeñas y medianas empresas en las licitaciones públicas. Hoy ocurre lo contrario. Nuestro mercado es pequeño, y solo podemos crecer aumentando las exportaciones. El Estado puede ayudar a las empresas y estas tienen que buscar mercados alternativos".
El recorte del gasto debe implicar, según estos empresarios del norte de Portugal, una disminución considerable del Estado. "La Administración pública puede funcionar con el 60% de las personas que trabajan en ella", dice Nuno Martins, director general de Aiminho. Actualmente hay unos 750.000 funcionarios, sin contar las empresas públicas. La justicia tiene que ser más simple y más barata, añade, y el coste de la sanidad podría disminuir un 20% "sin despedir a nadie", si mejorara la eficiencia. "Si cada persona que va a urgencias tuviera que pagar cinco euros, se lo pensarían dos veces. Muchos acuden a este servicio hospitalario por un simple dolor de cabeza".
Pero la responsabilidad de los males de este país no tiene solo autoría portuguesa, según Marques. "En esta región hemos tenido en las últimas tres décadas políticas públicas que fueron mortales para nuestra industria. Tiene que ver no solo con Portugal sino con la política europea, que daba prioridad a Alemania y Francia. Nuestra industria, que era competitiva por la mano de obra, dejó de serlo cuando se modernizó".
Marques menciona concretamente el golpe que sufrió el sector textil cuando en enero de 2005 expiró el Acuerdo Multifibras de la UE, después de tres décadas, y se produjo la entrada de China. "Tuvimos que abrir nuestras puertas a productos chinos y, claro, la mano de obra china gana todas las batallas de la competitividad, porque allí no hay reglas".
La otra mancha negra es la agricultura, "un descalabro", en palabras de António Marques. "Fue destruida. Y aquí Europa tuvo la voz decisiva, por el funcionamiento totalmente equivocado de la Política Agraria Común. Reventó la agricultura de los países periféricos como Portugal. Pagamos a los agricultores para que dejaran de serlo". Hoy Portugal tiene que importar muchos productos de este sector para satisfacer la demanda interna.
A nadie le gusta que vengan de fuera a resolverle los problemas, coinciden distintas voces del norte de Portugal. "Pero si viene el FMI no es el fin del mundo", precisa Nuno Martins. "El problema de los mercados es coyuntural, en cambio, el problema estructural del país es una reforma profunda del Estado". Se habla mucho estos días de la necesidad de reformas estructurales. Cristina Azevedo, presidenta de la Fundación Ciudad de Guimarães, que se prepara para ser la capital europea de la cultura 2012, es de la opinión de que el Gobierno socialista de José Sócrates ha puesto en marcha varias de estas reformas. "Por ejemplo, la modernización administrativa. Pero en ningún país se consigue cambiar la organización del Estado de la noche a la mañana". Azevedo se queja de la "poca disponibilidad para apreciar lo mucho que Portugal ha hecho en su propia reforma interna".
La presidenta de la Fundación Guimarães, ciudad que fue la cuna de la nacionalidad portuguesa, comenzó en el sector financiero en París, fue directora de marketing de la Bolsa de Lisboa y vicepresidenta del Comisión Coordinadora de la Región Norte, en Oporto. Ha vuelto a la región del Miño 23 años después de haber salido de Braga, para ayudar a Guimarães, una de las zonas más castigadas por el desempleo y que más sufre con la dolorosa reconversión de la industria textil.
Un economista que pide no ser citado se atreve a apuntar otra causa, poco mencionada, de la situación portuguesa. Acusa a una élite de Lisboa de que "no está interesada en que Portugal se desarrolle de una manera equilibrada, en que haya un acuerdo entre los dos principales partidos. Una élite que impide que todos estos asuntos sean discutidos con serenidad". ¿Quién compone esta élite? Tras un largo silencio, menciona a despachos de abogados, economistas, a medios de comunicación. "Una élite", añade, "que está en los partidos, en la justicia, que corroe todo. Así se ganan los concursos, hay despachos de abogados, de arquitectos, que ganan millones con las licitaciones del Estado. Es la élite de los negocios. Algún día habrá que hablar a fondo del asunto. O lo hacemos nosotros, y los partidos, o vendrán de fuera a hacerlo".
"Vivimos en una sociedad que está corrompida", dice Bernardino Sousa, constructor civil de Vila Nova de Gaia, con ocho operarios. La corrupción de la que habla este pequeño empresario no afecta solo a las alturas, sino al desempleo y los subsidios del Estado. Según Sousa, el 30% de los parados de Gaia "no trabaja porque no quiere". Asegura que muchos parados cobran 500 euros del fondo de desempleo y al mismo tiempo 50 diarios por trabajos sin contrato. "Cuando necesito un operario y acudo al fondo de desempleo, vienen muchos parados que me dicen que no quieren el puesto, sino el sello en la documentación que presentan ante la autoridad laboral para justificar que buscan trabajo y no lo hallan".
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