Ramón Morillo - En cabeza de la primera alcaldesa del municipio Capital debe estar la necesidad de que se discuta, se apruebe y se aplique una nueva ordenanza reguladora del comercio informal, el cual se genera a diario en nuestras calles y constituye uno de los tantos problemas que tiene que resolver nuestra máxima autoridad municipal, con el consenso de los Concejales, el apoyo del Gobierno Regional y el soporte de todos los ciudadanos que anhelamos un Trujillo excelente, por lo que este mensaje va muy humildemente dirigido a esos hombres y mujeres que hacen las políticas públicas y, a todos los que de una u otra forma ejercen con dignidad esta otra cara del empleo, con el propósito de que trabajen la solución a tan complejo problema en el término de la distancia.
Y es que durante las tres últimas décadas, motivado al dilema político y económico que vive Venezuela, la fuerza laboral informal pareciera que ha superado en un porcentaje muy elevado a la fuerza laboral formal, ejecutoria ésta, comprensible en una política económica aplicada por diferentes gobiernos incapaz de crear empleos y donde la necesidad de subsistencia y la posibilidad de generar ingresos estables conlleva a la opción informal de la actividad comercial. Hay buhoneros en todos lados del centro de la ciudad que venden, casi todo y sino todo, desde chaquetas, zapatos, jeans, verduras, víveres, hortalizas, hasta lo que a usted se le pudiera ocurrir, pasando por los que apelan a la creatividad y circunstancias que rodean la vida social del trujillano, gorras y franelas proselitistas, DVD y CD pirateados, películas, video juegos, servicios de llamadas telefónicas y pare usted de contar.
Pero si ellos no salen a la calle a ganarse su sustento, como me lo dijo un amigo, “¿Quién carrizo nos lo da?” “Tenemos que inventarnos una para poder trabajar, ganar y llevar el sustento diario a casa”. Afirmación ésta reconocida por vecinos, comerciantes y visitantes, que conciben que en su mayoría son padres y madres de familia, que piden a gritos que las autoridades competentes trabajen en su reubicación en especie de mercados o sitios acondicionados para la venta de su mercancía. Este es el día a día de muchos vendedores de las calles, no sólo de Trujillo, sino de toda Venezuela, caracterizados por su creatividad y el sentido de oportunidad, que mucho más allá del problema que representan, encuentran en este trabajo un espacio jugoso con mucha mercancía, nuevos compradores y sin que verdaderamente los regule una Ley.
No obstante estos tópicos, enmarcados dentro de una serie de proporciones que permiten comprender que detrás de todos y cada uno de los buhoneros existe un mundo con calidad humana increíble, es bueno destacar también el problema que se origina en las pocas calles del Trujillo Capital, vías intransitables tanto para los vehículos como para los peatones, que tienen que hacer malabarismos para poder pasar de una acera a otra, evitando ir a tropezar y que se forme la de “San Quintín” y, cuando es quincena, navidad o semana santa es imposible caminar. Calles obstruidas por mesas, mesones y tarantines, sucias al final de cada tarde y de cada fin de semana, donde únicamente los miércoles se puede circular.
Pero detrás de cada mesa, mesón y tarantín, más que un grupo de vendedores desorganizados, hay una dinámica propicia a un desarrollo económico en el tiempo, que con una política pública dirigida hacia la organización y planificación, se constituiría en un factor determinante para tal fin. Pero para comprender esta dinámica comercial es fundamental partir del tipo de instalaciones que tienen estos comerciantes: (1) Los vendedores ambulantes de diferentes rubros, que necesitan únicamente de sus manos y su voz para ofrecer los productos deambulando de un lugar a otro. (2)Los que venden en el piso, pareciera que son los que invierten menos en mercancías y deberían vender más barato. (3) Los buhoneros con mesa que requieren de un espacio físico, lo que implica haber establecido un derecho de uso. (4) Los que venden con tarantines grandes, exhibidores y hasta rejillas. (5) Los que tienen quioscos y hasta pagan impuestos municipales. Todos ellos hacer ver una dinámica empresarial, ¡un verdadero comercio en las calles!
Ante todo esto, definitivamente es necesario que se llegue a un acuerdo y se apruebe una nueva Ordenanza que regule el comercio informal en el Municipio Trujillo, con basamentos tangibles que permitan su reubicación o en todo caso, que norme su funcionamiento diario más estrictamente y de manera muy especial para las épocas decembrinas, de Semana Santa o Carnaval, para mantener el orden y evitar el crecimiento descontrolado en esta pequeña y maltratada ciudad. En este sentido ambas partes afrontarían cualquier problema legal, asunto considerablemente complejo de abordar actualmente, sin embargo, si hay voluntad política de los entes de Estado y disposición de parte de los buhoneros, éstos continuarán como padres de familia ganándose con honestidad el pan de cada día, sin necesidad de confrontarse con las autoridades, ni con la ciudadanía, mayoría notoria que requiere se le respeten sus derechos para transitar libremente por las calles que también les pertenecen.
Y es que durante las tres últimas décadas, motivado al dilema político y económico que vive Venezuela, la fuerza laboral informal pareciera que ha superado en un porcentaje muy elevado a la fuerza laboral formal, ejecutoria ésta, comprensible en una política económica aplicada por diferentes gobiernos incapaz de crear empleos y donde la necesidad de subsistencia y la posibilidad de generar ingresos estables conlleva a la opción informal de la actividad comercial. Hay buhoneros en todos lados del centro de la ciudad que venden, casi todo y sino todo, desde chaquetas, zapatos, jeans, verduras, víveres, hortalizas, hasta lo que a usted se le pudiera ocurrir, pasando por los que apelan a la creatividad y circunstancias que rodean la vida social del trujillano, gorras y franelas proselitistas, DVD y CD pirateados, películas, video juegos, servicios de llamadas telefónicas y pare usted de contar.
Pero si ellos no salen a la calle a ganarse su sustento, como me lo dijo un amigo, “¿Quién carrizo nos lo da?” “Tenemos que inventarnos una para poder trabajar, ganar y llevar el sustento diario a casa”. Afirmación ésta reconocida por vecinos, comerciantes y visitantes, que conciben que en su mayoría son padres y madres de familia, que piden a gritos que las autoridades competentes trabajen en su reubicación en especie de mercados o sitios acondicionados para la venta de su mercancía. Este es el día a día de muchos vendedores de las calles, no sólo de Trujillo, sino de toda Venezuela, caracterizados por su creatividad y el sentido de oportunidad, que mucho más allá del problema que representan, encuentran en este trabajo un espacio jugoso con mucha mercancía, nuevos compradores y sin que verdaderamente los regule una Ley.
No obstante estos tópicos, enmarcados dentro de una serie de proporciones que permiten comprender que detrás de todos y cada uno de los buhoneros existe un mundo con calidad humana increíble, es bueno destacar también el problema que se origina en las pocas calles del Trujillo Capital, vías intransitables tanto para los vehículos como para los peatones, que tienen que hacer malabarismos para poder pasar de una acera a otra, evitando ir a tropezar y que se forme la de “San Quintín” y, cuando es quincena, navidad o semana santa es imposible caminar. Calles obstruidas por mesas, mesones y tarantines, sucias al final de cada tarde y de cada fin de semana, donde únicamente los miércoles se puede circular.
Pero detrás de cada mesa, mesón y tarantín, más que un grupo de vendedores desorganizados, hay una dinámica propicia a un desarrollo económico en el tiempo, que con una política pública dirigida hacia la organización y planificación, se constituiría en un factor determinante para tal fin. Pero para comprender esta dinámica comercial es fundamental partir del tipo de instalaciones que tienen estos comerciantes: (1) Los vendedores ambulantes de diferentes rubros, que necesitan únicamente de sus manos y su voz para ofrecer los productos deambulando de un lugar a otro. (2)Los que venden en el piso, pareciera que son los que invierten menos en mercancías y deberían vender más barato. (3) Los buhoneros con mesa que requieren de un espacio físico, lo que implica haber establecido un derecho de uso. (4) Los que venden con tarantines grandes, exhibidores y hasta rejillas. (5) Los que tienen quioscos y hasta pagan impuestos municipales. Todos ellos hacer ver una dinámica empresarial, ¡un verdadero comercio en las calles!
Ante todo esto, definitivamente es necesario que se llegue a un acuerdo y se apruebe una nueva Ordenanza que regule el comercio informal en el Municipio Trujillo, con basamentos tangibles que permitan su reubicación o en todo caso, que norme su funcionamiento diario más estrictamente y de manera muy especial para las épocas decembrinas, de Semana Santa o Carnaval, para mantener el orden y evitar el crecimiento descontrolado en esta pequeña y maltratada ciudad. En este sentido ambas partes afrontarían cualquier problema legal, asunto considerablemente complejo de abordar actualmente, sin embargo, si hay voluntad política de los entes de Estado y disposición de parte de los buhoneros, éstos continuarán como padres de familia ganándose con honestidad el pan de cada día, sin necesidad de confrontarse con las autoridades, ni con la ciudadanía, mayoría notoria que requiere se le respeten sus derechos para transitar libremente por las calles que también les pertenecen.
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