Para 2050, seremos un país de viejos y obesos. Es de las pocas cosas que se pueden predecir con cierto grado de certidumbre.
No obstante, ambas tendencias podrían cambiar si disminuye, de forma importante, nuestro hábito de migrar, aumenta la tasa de natalidad y si se mejoran nuestros hábitos alimenticios y de ejercicio. En los años 60 se pensaba que ahora seríamos unos 150 millones de mexicanos.
También existe el pronóstico de que se agote la renta petrolera. El escenario más probable es que la hayamos gastado sobre todo en financiar el gasto corriente del gobierno, aunque también es posible que el cambio tecnológico haya hecho del oro negro un insumo energético de poco uso.
Lo que no sabemos es si seremos un país de viejos y obesos medianamente desarrollado, con un sistema de seguridad social adecuado y nivel de ingreso no muy distante al de los países desarrollados menos ricos; o un país pobre, lleno de diabéticos y ancianos necesitados pidiendo limosna en las calles, porque no logramos generar la riqueza para financiar su retiro y sus gastos médicos. Esto será particularmente complicado, ya que una parte de nuestros migrantes, lejos de mandar remesas, regresarán a México cuando sean viejos y de poca utilidad para la economía de nuestros vecinos.
Poder entrar al mundo del desarrollo dependerá, en gran medida, de qué tan capaces seamos de enfrentar nuestros retos de forma pragmática y no ideológica. No nos olvidemos de que toda ideología esconde los intereses de los que ganan con el status quo del momento.
Para lograr un mayor crecimiento, será necesario que los hoy ganadores, sindicatos de empresas gubernamentales y del gobierno, partidos políticos, políticos en general y empresas monopólicas estén dispuestos a ceder privilegios en aras de acuerdos de mayor competencia y apertura que abran los espacios a nuevos actores.
Para ello, se requiere del contrapeso de una sociedad civil más organizada que luche contra estos privilegiados que, gracias a su posición política, reciben ingresos en exceso para lo que producen.
Desarrollarse no es más que darle empleos productivos a quienes hoy laboran con baja productividad. Tenemos un bono demográfico, aún pocos viejos y muchos menos niños.
Lo grave es que buena parte de nuestros jóvenes se va a EU o está en la economía informal, dada la falta de empleos formales bien pagados. Esto no tendría por qué ser así. Es el resultado de un equilibrio político socialmente subóptimo que se puede cambiar si hacemos bien las cosas, aunque no es tarea fácil. Por eso hay tantos países subdesarrollados.
Ni siquiera sabemos si en 2050 seremos el mismo país. La experiencia de las últimas décadas indica que las naciones mutan, por no decir se fragmentan, más de lo que esperábamos en los años de la Guerra Fría, descontado lo que pasaba en África. Ni los muchos estudiosos de la Unión Soviética fueron capaces de anticipar su caída y su subsecuente partición.
Hoy, la renta petrolera nos permite vivir por arriba del nivel de vida que financian nuestros impuestos. Cuándo la renta se termine, ¿seremos capaces de construir un nuevo pacto fiscal más amplio pero también más solidario por parte de las zonas que crecen por arriba del promedio nacional hacia las más pobres que crecen por abajo?
Sin renta petrolera como cemento fiscal, las zonas más ricas deberán estar dispuestas a aceptar este nuevo pacto, pero bien pueden optar por salirse de un país que les saldrá muy caro.
La historia nos muestra que no hay tendencias inmutables. Los países son lo que sus ciudadanos logran construir. Está en nosotros poder transformarnos en un país próspero y unido.
El autor es profesor de ciencias políticas del CIDE.
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