Oficialmente, tan solo el 6% de los venezolanos está desempleado. Pero eso es porque el Instituto Nacional de Estadísticas cuenta como empleados a quienes trabajan en el sector de la economía informal que en diciembre de 2008 representaban un 42% del total.
Así que, como sucede en otras partes del mundo, el venezolano busca "rebuscarse" -como se dice por estos lados- vendiendo lo que sea. Es decir, a arremangarse y encontrar lo que sea para sobrevivir, parece ser hoy en día el refrán en las calles de la capital venezolana.
El principio es sencillo: donde hay una necesidad, existe una oportunidad para crear un servicio. Y donde se puede ofrecer un servicio, se puede idear un empleo.
BBC Mundo recorrió las calles caraqueñas para averiguar qué hace la gente, por qué lo hacen, cómo se las arreglan y, cuando quisieron confesarlo, cuánto ganan estos trabajadores de la inventiva.
(Valga acotar que la tarea fue bastante complicada. En lo que parece parte de un clima de "recelo" relacionado con la radicalización política y con la naturaleza informal -y, por tanto, al borde de la legalidad- de los oficios, muchos se mostraron renuentes a hablar y mucho más a ser fotografiados).
Llenador de "minibús"
Esquina de La Gorda, centro de Caracas, sol candente de las 12 del mediodía.
Me da para pagar la habitación Rafael, llenador de "minibuses" |
Se cruzan unos con otros como si estuvieran tejiendo una crineja para evitar los autos y peatones que se lanzan sin importar que la luz sea roja o verde, compitiendo con otros choferes que se cruzan casi sin mirar para recoger pasajeros de cualquier parte.
Rafael, un hombre más bien flaco y desaliñado, vestido con jeans y franela morada y una ramita en la oreja, anuncia las rutas a grito pelado: "Plaza Madariaga, La Vega, Antímano... Míralo, va pal' Cuartel".
Escuche a los "llenadores" en plena faena
Su trabajo consiste en ayudar a llenar las unidades de transporte lo más rápido posible para aligerar el tráfico. Pero dice que también presta otros servicios, como dar direcciones y ayudar a viejitas a cruzar la calle.
Lleva ocho meses trabajando en esto, un oficio que considera "normal, como cualquiera". El horario es flexible: "hoy de 12 a 4, pero depende de los compañeros". Para ejercer sólo tiene que pedirle permiso a quienes "fundaron la parada", según explica. No tiene patrón.
Le pregunto si un llenador que está 10 metros más abajo es uno de sus compañeros. "No, mami, ésa es otra parada", aclara.
¿Y cuánta gana? En cada vuelta los choferes le dan "500, 1000 (bolívares de antes, US$0,23 a US$0,46), lo que ellos quieran, me da para pagar la habitación".
¿La evaluación del servicio? "No ayudan para nada", dice uno de los choferes. "La gente sabe leer, lo que pasa es que como están sin trabajo uno les colabora, para que coman", añade.
Otro "camionetero" le grita a Rafael que le pase un café. Y él raudo y veloz lo obtiene de un kiosquito aledaño para no interrumpir el tráfico.
Central telefónica
La zona industrial de El Marqués, en el este de la ciudad, está llena de dos establecimiento: talleres mecánicos y centrales telefónicas improvisadas.
Pensé en un puesto de teléfono para trabajar independiente. Ahora hago mis cosas, pero vivo con lo justo. Tengo a mis hijos en el colegio Alba, encargada de un puesto de celulares ambulante |
Empezó hace dos años, cuando se quedó sin trabajo y sin casa al mismo tiempo. "Pensé en un puesto de teléfono para trabajar independiente. Ahora hago mis cosas, pero vivo con lo justo. Tengo a mis hijos en el colegio", le explica a BBC Mundo.
No tener jefe tiene grandes inconvenientes como dejar de percibir beneficios como prestaciones o bono navideño. E incluye los avatares propios de trabajar "al aire libre" como la lluvia, el calor y, sobre todo, la inseguridad.
"Le pido mucho a Dios que me proteja. Una vez escuché unos ruidos y creí que era un tubo de escape. Pero qué va, era una balacera porque se iban a robar una moto aquí enfrente", relata.
No revela cuánto gana, pero asegura que es bastante más que un salario mínimo.
A la vuelta de la esquina se encuentra una central menos "fina" consistente en un joven recostado de un poste con cuatro celulares amarrados a una tapa de cartón, donde se anuncia que las llamadas a línea fija cuestan 300 bolívares el minuto (US$0,13) y a celulares 500 bolívares (US$0,23). Pero el joven centralista tampoco suelta prenda de cuánto gana al mes.
Escuche el cántico de los centralistas telefónicos improvisados
Más que periódicos
A las 5 de la mañana el señor Pablo abre su kiosco en una esquina de Boleíta, en el este de Caracas. Pero entre los diarios se asoman por todos lados licuadoras y tostadoras en mitad de operaciones a corazón abierto.
En el kiosko de Pablo hay más aparatos viejos para reparar que periódicos. |
La crisis económica sí le ha significado una bajada en el negocio, pero todavía produce más dinero devolviéndole la vida a aparatos viejos que como vendedor de periódicos, o sea, como último eslabón en la cadena de distribución de la prensa.
¿Necesita un permiso para hacer ese trabajo? "No, explica, sólo para tener el kiosco". "¡Ése se lo da Chávez!", bromea un empleado que se sienta a su lado. ¿Y cuánto gana? Información clasificada...
Manicurista ambulante
Gisela sueña con ser odontóloga, pero por ahora se las arregla como "promotora de lápiz para uñas".
No perdona a ninguna fémina, joven o mayor, que se pare un segundo a respirar en el rebulicio de la plaza El Venezolano, en el centro de Caracas.
Mi amor, dame 15 segundos para que veas qué bonitas te pongo las uñas. Dame 2.000 por las dos manos y si me compras los lápices te hago un descuento Gisela, manicaturista ambulante |
"Dame 2.000 por las dos manos y si me compras los lápices te hago un descuento", dice asumiendo el trabajo de vendedora del producto, que es el que le da el grueso del sustento: dice producir de 200.000 a 250.000 bolívares (US$93 a US$116) diarios.
Los sábados estudia laboratorio odontológico, un primer paso hacia su futura carrera y puerta de entrada a un empleo formal.
"Y si lo consigo, sigo con mis uñas los fines de semana, porque se gana muy bien, ¿sabes? ¡Y hay que ver lo que uno le ahorra a las clientas en peluquería".
Café en bicicleta
"Mi nombre es Pantoja, Daniel". Así, con el apellido primero, bandera de Venezuela ondeante y canción a flor de labios, va Pantoja, Daniel, repartiendo café por el casco central de la capital en su bicicleta adaptada "con su buen control de freno y todo bien bueno".
Escuche a Pantoja, Daniel anunciando su café
"Yo la compré para no trabajar a pie, porque tengo una fractura de columna. Nunca he tenido un accidente", cuenta.
Trabaja de 7 de la mañana a 4 de la tarde vendiendo "café del bueno": "tengo el guayoyo (café claro), el fuerte y el toddy frío (bebida achocolatada). A 1.000 el pequeño y 2.000 el grande. El toddy a 3.000 (US$0,46 a US$1,38)".
Con eso reúne "para pagar la habitación, la lavaduría de la ropa y hasta para la mujer que me cocina", dice este servidor del tinto criollo, quien forma parte de un gremio enorme de repartidores de café que pululan por el centro, con bandejas, carretillas o cavas del líquido negro.
"¡Pero ninguno como Pantoja, Daniel!", grita una señora desde una zapatería, con su guayoyo en la mano.
Yolanda Valery
BBC Mundo, Colombia
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