Crisis tiene en jaque a vendedores ambulantes
SAN PEDRO SULA - “Aquí donde me mira, no he desayunado ni almorzado”, lamentaba Miguel García en el justo momento que le rugían los intestinos. A las dos de la tarde, este vendedor ambulante no había vendido absolutamente nada, ni “para comprar la sal del huevo”.
Con cero centavos en los bolsillos y con un mapa de sudor marcado en la camisa, García, de 42 años y tez trigueña, deambulaba por la Tercera Avenida esperando una venta que no asomaba y lograr mitigar el hambre.
Los vendedores de cargadores para celular y controles remoto pasan las horas con los brazos cruzados ante la escasa demanda de esos productos.
“Tengo 17 años de vender en la calle y nunca había estado tan mal como ahora. Los políticos nos tienen aguantando hambre con todo eso que han hecho”, criticaba frente a la catedral de San Pedro Sula, cuando era entrevistado por un periodista de DIARIO TIEMPO.
En medio de “una situación perra”, como la califica él, este hombre, originario de Santa Rosa de Copán, mantenía cierta tranquilidad en vista de que de él no depende ninguna persona. El hijo mayor (20 años) es también vendedor ambulante, el menor (18) ya es padre de familia y reside en Santa Cruz Minas.
“Si tuviera hijos que mantener estuviera más preocupado. El sábado es el mejor día para vender, pero el sábado pasado me fue mal”, explicaba García, mientras portaba la modesta y reducida mercancía que ofrecía en la calle (varias billeteras, dos fajas y un reloj).
A causa del desempleo, que ha aumentado en los últimos meses, y la crisis económica, agudizada por el golpe de Estado (28 de junio de 2009), las aceras de la Tercera Avenida han vuelto a convertirse en la última esperanza para decenas de ciudadanos que no cuentan con una fuente de dinero para vivir.
Nances, celulares y accesorios, esmaltes, controles remoto, ropa íntima femenina, pasta dental y otros artículos componen el mapa del comercio informal desplegado en las aceras de esa avenida que, antes del golpe de Estado, había permanecido libre de buhoneros entre julio de 2007 (cuando el alcalde los desalojó) y 28 de junio de 2009.
A pesar de que son pocos los que logran vender, cada día, en esa avenida, aparecen más personas sentadas en una silla plástica con una mesa hecha de cajas de cartón o caminando con una rejilla metálica de donde penden los artículos.
Las chicleras, que habían desaparecido el centro de la ciudad, han reaparecido. Jóvenes y adultos, hombres y mujeres, llevan colgada a altura de la cintura una cajita surtida de confites, fósforos, cigarros, galletas. En la Tercera también hay vendedores de agua y pan de maíz.
NI UN CONTROL REMOTO
“Está viniendo más gente a buscar un lugar para vender. No hay para donde agarrar. Ese golpe de Estado sólo desgracia nos trajo. Estamos aguatando hambre por culpa de los políticos”, decía Juan Castro, otro vendedor entrevistado por DIARIO TIEMPO.
Hace “más o menos un mes” Castro comenzó a vender controles remoto por las aceras de la Tercera, pero en este breve tiempo él ha pasado “grandes días de crisis”.
Las ventas son bajas, muchas veces no hacemos ni para la sal del huevo, lamentan algunos achineros.
“Hay días, como hoy (los martes), que no he logrado vender nada. Uno ni para el almuerzo ajusta porque el tiempo de comida vale 40 lempiras. Ahora todo está caro, no hay nada barato, un confite cuesta 50 centavos”, relataba este hombre que inicia labores a las 7 de la mañana y se marcha a las cinco de la tarde.
A la una de la tarde, Castro se encontraba en una acera de la Tercera, entre la quinta y sexta calle, y a esa hora no había logrado vender ni un aparato de esos que sirven para prender y apagar un televisor, un objeto que está en la mayoría de viviendas de la ciudad.
Castro, de 62 años, originario de Olancho, vende esos aparatos de fabricación china a precios que oscilan entre los 70 y 90 lempiras.
En estos tiempos de crisis, cuando “la gente no compra nada y un huevo cuesta 2 y 3 lempiras y la leche 20 lempiras”, con un control que logre vender se siente satisfecho.
“Con eso se consigue para la comida. Yo ya no tengo hijos pequeños. Tengo cinco y todos están grandes. El menor tiene 21 y el mayor 39 años”, dice.
Si uno de sus hijos, que vive en Estados Unidos, no le enviara “unos centavos”, Castro, residente en Barandillas, pasaría días sin comer.
NIÑOS VENDEDORES
Entre los nuevos vendedores que han aparecido en el centro de la ciudad también hay menores de edad. Alguno de ellos enviados por sus padres, mientras ellos realizan otras actividades lucrativas.
Alexis, de 10 años, por ejemplo, dejó la escuela (cursaba el tercer grado) y desde hace tres semana vende bolsas de agua en el centro de la ciudad. Su mamá María Estela Fajardo se dedica “a trabajar en casas”.
“Tengo una hermanita de dos años, pero ella está en la casa de mi abuela. Nosotros sólo tenemos mamá porque a mi papá (Adelmo Santos) lo mataron (a los 34 años de edad) cerca de la casa”, relató Alexis al ser entrevistado por DIARIO TIEMPO.
Alexis vende diariamente el equivalente a 160 lempiras de bolsas de agua, cuyo precio individual es de uno y dos lempiras.
Foto: TIEMPO/ Roberto Cerrato
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