Con motivo de estas Fiestas Patrias, la propaganda oficialista ha querido presentar las cifras del Mensaje Presidencial como un
anticipo de que nos encaminamos a ser un país del primer mundo de modo inexorable. Ciertamente, no somos el país del descalabro de hace dos décadas y si algo hemos aprendido en estos años es a mantener las cifras macroeconómicas en azul y a no ensayar políticas económicas imprudentes como las realizadas por el Presidente García en su primer período.
Sin embargo, eso no es lo que distingue a los países del primer mundo. Lo que distingue a esos países y a los que actualmente se califican como emergentes, es su capacidad de producir conocimiento y el nivel de bienestar alcanzado por su población, que se expresa en los altos índices de empleo decente, calidad en los servicios de educación, salud, seguridad ciudadana y jurídica, así como en la protección social de sus niños y ancianos. Y son estos derechos sociales los que nuestra “clase dirigente” se resiste a llevar a la práctica con medidas concretas.
Es por ello que la mayoría de peruanos sienten que se ha desperdiciado un período de alto crecimiento económico para emprender las reformas que mejoren su bienestar, hecho que se demuestra en la alta desaprobación (63%) a la gestión del Presidente. Para un ciudadano informado de la crisis que hoy padece Europa, queda claro que los ciclos del capitalismo (de crecimiento y crisis) hacen añicos cualquier nivel de crecimiento si paralelamente no se garantizan los derechos sociales de la población.
Toda reforma requiere de voluntad y claridad en los propósitos, pero también de presupuesto para ello, transparencia y capacidad de gestión con la gente involucrada. Desde un principio, era claro que a este segundo García solo le importaba borrar las desastrosas huellas de su primer gobierno, estando más preocupado en garantizar las inversiones y las ganancias del capital. Así, la presión tributaria que se mide entre la riqueza que se crea y los impuestos que se recaudan, ha disminuido del 16% en el 2005 al 13% en el 2009, principalmente por las exoneraciones tributarias al capital que este gobierno no se ha atrevido a modificar (inventando fórmulas como el óbolo minero), mientras en Latinoamérica esta presión llega al 20% y en los países desarrollados a más del 30% en promedio.
Es por eso que las 130,000 obras a que hace referencia el Presidente no satisfacen a la población por que éstas no avanzan en solucionar sus problemas fundamentales. A ello se agregan hechos visibles como la incapacidad de este gobierno para atender a los afectados por el terremoto de Ica o a las inclemencias del friaje de todos los años en Puno. Además, la gente percibe que muchas de esas obras y contratos huelen a “faenón” y no son auditables por la componenda de impunidad existente en el Congreso y los órganos de control.
Ni qué hablar del abandono a su promesa de “Sierra exportadora”, mientras la población de esta región sigue emigrando por la pobreza y la falta de oportunidades en ella. A estas alturas, queda claro que el único rol asignado por este gobierno a la Sierra y a la Amazonía , era la extracción y exportación de sus recursos naturales, aún a costa de afectar a su propia población, como en el caso de Bagua y el gas de Quillabamba. Paradojas de este país, dicen que “tenemos gas natural para exportar”, pero después de 10 años de iniciada su explotación seguimos dependiendo del petróleo y el gas licuado, y no tenemos aún una política gubernamental de cambio de la matriz energética.
Y al final de su mandato, fiel a su estilo demagógico, el Presidente programa un incremento de sueldos a militares y policías, un concurso para incluir a miles de profesores en la carrera magisterial, y la extensión del programa Juntos a los viejitos abandonados. Además, promete el Aseguramiento Universal en Salud sin presupuestar su financiamiento. Que se les arregle el próximo gobierno, que García está seguro no será aprista.
Lima, 14 de agosto de 2010.
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