Mercados y economía informal
Uno de cada tres mexicanos que tiene empleo, lo desempeña en la economía informal. La cifra es fácil de obtener:
Según el INEGI -el organismo oficial de estadísticas- la población económicamente activa es de 44 millones de mexicanos.
Otra fuente, el Seguro Social, reporta un total de 16 millones de asegurados.
Y la Secretaría de Hacienda contabiliza 11 millones de personas físicas “con alguna” actividad económica (concepto que no aclara del todo si esos 11 millones están verdaderamente activos o únicamente registrados como causantes).
Comoquiera, el hecho de que una porción tan grande de la población trabajadora pertenezca a la informalidad, deriva en operaciones efectuadas -por no decir abiertamente ilegales- de al menos dos importantes recaudadores de nuestro sistema fiscal: la propia Secretaría de Hacienda y el Seguro Social.
Sin embargo, aun cuando todos los inexistentes del sistema fiscal mexicano no reporten ganancias ni obligaciones, las instituciones y niveles de gobierno sí se ven precisados a dotarlos por ejemplo de beneficios como el seguro popular y diversos programas sociales, por no hablar de la intervención de los gobiernos municipales para organizar y controlar la actividad de los comerciantes informales.
Los mercados y el ambulantaje –concentrados en los denominados tianguis- han alcanzado una gran relevancia en la vida económica, social y política de cualquier ciudad, de cualquier país y de prácticamente cualquier momento de su historia económica. No por nada la preocupación, en el caso de México, de que sea la tercera parte de la población económicamente activa la que se emplee, sin cumplir como contribuyente lo que recibe de servicios educativos, médicos y otros, sin aportar una parte de sus ingresos. En la informalidad comercial están insertados hoy por hoy millones de mexicanos que -debido al fracasado modelo económico nacional- encuentran en el “tianguismo”, en el comercio clandestino, el único o el último lugar donde obtener un ingreso en vista de que la economía formal, bajo ese esquema castrante, es incapaz de ofrecer suficientes puestos de trabajo legal a quienes aspiran a él.
Al comercio informal muchas veces se le trata como un cáncer económico al que tanto los comerciantes formales como el gobierno trata de erradicar, generalmente por la fuerza.
Lo cierto es que atacar el efecto y no la causa, jamás logrará erradicar ese “cáncer”.
El origen del problema en efecto no son los ambulantes, sino el modelo económico que ha demostrado sobradamente su fracaso; ese mismo que día a día condena a más desempleados o subempleados a la informalidad.
Por lo demás, la proliferación e incluso el gusto por los mercados populares, es ancestral. Data de las civilizaciones más remotas (no se diga en el México prehispánico) y son de hecho un factor toral en cualquier cadena económica.
En León varios mercados populares, tianguis o “placitas” son casi literalmente vitales para los negocios leoneses: los hay tan especializados, que llegan a encadenarse eslabón a eslabón como cadenas zapateras que oxigenan la industria del calzado.
Tal fenómeno se da en Zona Piel, en la Central de Abastos, en el Descargue Estrella y en el mismísimo Centro Histórico... sólo por mencionar algunos donde productos o materias primas son comercializados por leoneses en particular y guanajuatenses en general, e incluso por comercializadores de estados aledaños.
El éxito está muy bien; pero estaría mejor el orden y el respeto a los ordenamientos.
Entonces queda en pie el más grande de los desafíos: organizar la actividad comercial entre quienes son ya actores determinantes del ramo y quienes no encuentran refugio en ninguna actividad económica honrada, estructurada... y legal.
El fenómeno de la informalidad es inevitable.
No será realmente combatido hasta que México se decida por un modelo económico generador de riqueza.
Mientras es llegada la hora, ciudadanos y autoridades están obligados a encontrar fórmulas ideales –posibles- de organizar el comercio: erradicar o desafiar a los tinaguistas o informales sólo llevará a una mayor crispación social.
Y la culpa no es de ellos, sino de un sistema que cada día nos empobrece más a todos.
Hasta el próximo lunes.
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