sábado, 21 de febrero de 2009

IMPACTO DE LA CRISIS ECONÓMICA EN LA SITUACIÓN DE LAS MUJERES

Cada mañana al revisar las noticias internacionales, parece claro el mensaje “Ajusten los cinturones, que lo peor está por venir”. El panorama del crecimiento económico global continúa deteriorándose. El Fondo Monetario Internacional ha revisado varias veces sus pronósticos de crecimiento y asegura que las economías desarrolladas experimentan sus mayores contracciones económicas desde la Segunda Guerra Mundial. El grado de incertidumbre contagia a los grandes centros de poder y a las instituciones internacionales que representan estos poderes.

Resultado de la crisis, los países comienzan a tomar medidas de emergencias que implican realizar ajustes en sus principales agregados a nivel macroeconómico. Sin embargo, bajo el efecto de estas políticas de ajuste se produce una modificación radical de las relaciones entre las esferas productiva y reproductiva, con un impacto diferenciado en la vida de mujeres y hombres.

Los efectos de la actual crisis económica mundial se trasmiten directamente hacia el mercado laboral mundial. Pero están resultando perjudicadas actividades con alta participación laboral de las mujeres, tales como el comercio, servicios financieros, industria manufacturera, especialmente la manufactura textil y las maquilas, el turismo, empleo doméstico.

Asimismo, la menor disponibilidad de recursos fiscales afecta el gasto social, ejerciendo una presión adicional sobre las mujeres para el cuidado de los hogares.

Género y el mundo del trabajo

- En el mundo, aún hay menos de 70 mujeres económicamente activas por cada 100 hombres.

- Siguen siendo superiores las tasas de desempleo de las mujeres. En 2007, la tasa fue 6,4%, mientras que la de desempleo masculino llegó a 5,7%.

- En 2007, aumentó el número de mujeres con empleo- 1 200 millones frente a 1 800 millones de hombres.

- El número de mujeres desempleadas aumentó de 70,2 millones a 81,6 millones

- En todo el mundo aún hay menos de 70 mujeres económicamente activas por cada 100 hombres.

- Muchas mujeres siguen trabajando en la agricultura y negocios familiares sin recibir remuneración alguna.

- A nivel mundial, el sector de los servicios constituye el principal proveedor de empleo para mujeres

- 36,7 % de las mujeres trabajaban en la agricultura.

- 46,3% en los servicios

- En promedio y a escala mundial, los ingresos brutos por hora de las mujeres representan alrededor del 75% de los de los hombres.

- Las mujeres están excesivamente representadas en el empleo informal, el cual se caracteriza por una mala remuneración, condiciones de trabajo deficientes y falta de protección;

- En la actualidad hay más mujeres en puestos de trabajo superiores; sin embargo, la disparidad salarial sigue persistiendo en el mundo.

- Existe una gran concentración de mujeres que trabajan en el sector informal en situaciones muy precarias de empleo, las que perciben salarios exiguos e inestables y no cuentan con sistema alguno de protección social.

- Los puestos de trabajo destinados a trabajadoras migrantes se concentran en los sectores menos reglamentados; ello las deja más expuestas a la explotación y a un trato desigual (por ejemplo, las trabajadoras del servicio doméstico);

- Hay más niños que niñas inmersos en el trabajo infantil. No obstante, el trabajo de las niñas es difícil de captar pues se trata de actividades menos visibles y se combina con otras actividades del hogar.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la OIT

En el caso de América Latina y el Caribe se ha producido la rápida feminización de la fuerza de trabajo, hecho que está vinculada principalmente, al incremento del sector de los servicios y a la producción para la exportación (sobre todo en las maquilas), sus resultados han sido contradictorios en términos de empleo, calidad de este, ingresos y autonomía.

Las desigualdades de género presentes en el mercado laboral de la región se manifiestan en que:

  • Pese al creciente ingreso de las mujeres en el mercado laboral, su tasa de participación (58%) continua siendo significativamente menor que la de los hombres (83%).
  • Las tasas femeninas de desocupación (12%) se mantienen más altas que las de los hombres (8 %)
  • Los ingresos de las mujeres en las zonas urbanas constituyen 65% de los ingresos masculinos.
  • Las mujeres se encuentran sobre-representadas en los sectores de baja productividad, donde obtienen salarios bajos y escasas ganancias, y subrepresentadas en los de productividad media y alta, donde se constatan, además, diferencias de salarios y de ganancias empresariales .Esto implica ausencia de protección e ingresos más inestables para ellas.

  • Las mujeres interrumpen su historia laboral más frecuentemente que los hombres para atender obligaciones familiares de crianza de los hijos y de atención a adultos mayores.
  • La mayor dificultad que encuentran las mujeres para ingresar la mercado laboral y su inserción desventajosa conducen a que una menor proporción de mujeres (19%) que de hombres ( 32%) aporta al sistema de seguridad social y acceda a pensiones de jubilación. Adicionalmente, las pensiones de las mujeres son inferiores a las que reciben los hombres, equivaliendo en la población mayor de 65 años a un 77% de las pensiones masculinas.

Más aún, en muchos países de la región porcentajes importantes de mujeres trabajan para el mercado sin recibir ninguna remuneración. Se conoce que unas 85 millones de mujeres no disponen de ingresos propios en América Latina, región donde hoy la mayoría de los pobres y los migrantes también son de ese sexo, según cifras de la CEPAL. La situación es particularmente grave en Chile, México, Venezuela, Nicaragua, Colombia, El Salvador, Costa Rica y Bolivia, donde al menos cuatro de cada diez mujeres mayores de 15 años no tienen capacidad para solventar ningún gasto .En total, unas 60 millones de mujeres latinoamericanas no tienen otra ocupación en su vida que las labores domésticas, por lo que no cuentan con seguros de salud ni ahorros previsionales.

GÉNERO Y POBREZA

Bajo los efectos de la crisis económica internacional no solo se castiga a los que tienen menos, sino que también provoca un aumento neto del porcentaje de pobres e indigentes que al no ver incrementados sus ingresos disponibles, no pueden adquirir una canasta básica de alimentos.

Se eleva por ende la proporción de hogares pobres, asimismo otros grupos vulnerables, cercanos por sus ingresos a la línea de pobreza, entran en riesgo de empobrecimiento.

Así que el creciente empobrecimiento de la población mundial es algo que ni siquiera el Banco Mundial ya puede ocultar con sus mediciones. Resulta que el Banco Mundial en sus últimas estimaciones ha descubierto que son 1.400 millones de personas las que viven en la pobreza, por debajo de un nuevo umbral de 1,25 dólares al día. Esta cifra es sustancialmente mayor a la que reportaron en su estimación anterior de 985 millones, que data de 2004.

En 1981 el Banco Mundial calculaba que había 1.500 millones de pobres, pero ahora también ha reevaluado esa cifra y estima que a principios de los 80 la cantidad era superior: cerca de 1.900 millones. Esto indica que la pobreza en las últimas décadas ha decrecido menos de lo que se creía.

Por lo que si tomamos las cifras proporcionadas por el Banco Mundial y otras organismos internacionales ,no es difícil percatarse de que, habitualmente los estudios sobre la pobreza se suelen enfocar en dos dimensiones, o bien ponen el acento sobre la dimensión de las carencias y privaciones, tomando como criterios factores de ingreso y/o de necesidades básicas insatisfechas, o bien se enfocan en los aspectos sociales y cualitativos de la experiencia de vida de los grupos pobres en el contexto de las estrategias familiares de vida.

La pobreza no siempre se ha analizado desde una perspectiva de género. Antes que las feministas contribuyeran al análisis, se consideraba que la población pobre estaba íntegramente conformada por hombres o bien se daba por sentado que las necesidades e intereses de las mujeres eran idénticos a los de los hombres jefes de hogar, y por ende podían supeditarse a ellos.

Sin embargo, los estudios que confirman las desigualdades de género, especialmente en el acceso de las necesidades básicas y su satisfacción, respaldan la aseveración de que la pobreza femenina no puede comprenderse bajo el mismo enfoque conceptual que la pobreza masculina.

Para una madre soltera de Guyana “la pobreza es hambre, soledad, no tener un lugar adonde ir cuando termina el día, la privación, la discriminación, el abuso y el analfabetismo”.

Para un habitante de los tugurios de Filipinas “la pobreza es la madre que habita en un tugurio porque su choza ha sido demolida por el gobierno por razones que no puede comprender”. Definiciones como esta supera a cualquier otra dada por los organismos internacionales.

El fenómeno de la pobreza, reclama su análisis desde la perspectiva de género, solo así se pueden explicar dinámicas cotidianas al interior del hogar, de cómo se produce la distribución desigual de cargas y penurias, critica la concepción de la pobreza entendida como acceso a determinado nivel de ingresos y contribuye a la compresión del fenómeno en una perspectiva integral, dinámica, multidimensional y heterogénea.

Algunas características que inciden en la relación mujer y pobreza y que han sido relevadas en abundantes investigaciones pueden resumirse de la siguiente forma:

• Existe una gran concentración de mujeres que trabajan en el sector informal en situaciones muy precarias de empleo, las que perciben salarios exiguos e inestables y no cuentan con sistema alguno de protección social.

• Las mujeres pobres gozan de mínima autonomía económica con el consiguiente impacto en materia de reconocimiento social, autoestima y manejo de recursos de poder al interior del hogar.

• La proporción de hogares con jefatura femenina ha aumentado en casi todos los países y estratos de pobreza; pero el porcentaje de hogares indigentes encabezados por mujeres continúa siendo más alto que en el caso de los pobres y no pobres.

• Las mujeres pobres jefas de hogar son las únicas proveedoras del hogar y el sustento que obtienen es inferior al que logran los perceptores hombres. A ello se agrega que estas mujeres enfrentan simultáneamente una doble carga de trabajo y agudas situaciones de tensión, estabilidad emocional y salud mental al enfrentar solas la responsabilidad de menores a su cargo.

• Las mujeres pobres destinan una importante dedicación de su tiempo al trabajo doméstico, que se duplica cuando este debe ser complementado con trabajo remunerado al exterior del hogar. Ello se asocia con extensas jornadas y escasa disposición de tiempo personal.

• Entre las mujeres pobres hay mayores tasas de embarazo adolescente, no obstante disminuyen las tasas de fecundidad en el nivel agregado.

• El aporte de un segundo salario a la familia popular, al acceder la mujer al empleo tiene alta incidencia en las oportunidades de esas familias de mejorar o disminuir la incidencia de la pobreza.

• La mujer pobre es una activa colaboradora de las políticas sociales al ser ella la que canaliza los servicios sociales hacia la familia, como lo demuestra su alta incidencia y participación en los programas de transferencia directa de ingreso actualmente en curso en América Latina.

• En el plano de los proyectos de desarrollo sociocomunitario son las mujeres las principales gestoras y participantes.

Sin embargo, la insuficiente apreciación de las diferencias internas entre mujeres y del carácter de las relaciones sociales en que se desenvuelven, han producido un conjunto de estereotipos bastante monolítico que no abarcan a todas las mujeres ni reproducen todos los contextos. El más obvio de ellos, y el que cada vez recibe más críticas, guarda relación, en primer lugar, con el concepto genérico de la "feminización de la pobreza", y en segundo lugar, y más significativo, con sus vínculos con la "feminización progresiva de la jefatura de hogar" (Chant, 2003).

El hecho de que el único grupo de mujeres que se ha considerado susceptible de un mayor riesgo de pobreza bajo los auspicios de la tesis de la "feminización de la pobreza" sea el de las mujeres jefas de hogar es, obviamente, una detracción de otras cuestiones (edad, etnia, clase social, etc) que puede condenar a ciertos grupos de mujeres a niveles idénticos, si no superiores, de privación.

Otro efecto negativo de la tesis de la feminización de la pobreza es que tiende a arrinconar el género en la "trampa de la pobreza". Dicho de otro modo, la desigualdad de género se ve reducida a una función de la pobreza, a pesar de que pobreza y género representan relaciones sociales diferentes.

Suponer sin cuestionamientos que la pobreza se asocia necesariamente con los hogares con jefatura femenina es peligroso porque no se examinan las causas y la naturaleza de la pobreza y se parte de la implicación previa de que los niños de esos hogares se encuentran en una situación mucho peor, ya que sus familias están incompletas.

Por otra parte, si se sugiere que la pobreza está confinada sólo a las jefas de hogar femeninas, no se tendría en cuenta la situación de las mujeres en general. Lo que implica es que los hogares con jefatura femenina son más pobres que los hogares con jefatura masculina. Sin embargo, la pregunta que no se formula es si las mujeres están en mejor situación en los hogares con jefatura masculina.

Al convertir en norma los hogares con jefatura masculina se desvanecen importantes contradicciones entre un tipo de hogar y otro, como también desaparece la posibilidad de que haya una posición de desequilibrio económico y social de la mujer con respecto al hombre (Chant, 2003).

Otro resultado significativo de la insistencia en que los hogares con jefatura femenina son "los más pobres de los pobres" es que da la impresión de que la pobreza se debe más a las características de esos hogares (incluido el estado civil de quienes los encabezan) que a los contextos sociales y económicos en los que se encuentran. Esto no sólo convierte a las mujeres en chivos expiatorios, sino que además desvía la atención de las grandes estructuras de desigualdad socioeconómica y de género.

Debemos tener en cuenta, que la preocupación por la relación entre mujer e ingreso en el marco de la tesis de la feminización de la pobreza es peligrosa por dos motivos principales: porque, desde un punto de vista analítico, encubre las dimensiones sociales del género y la pobreza, y porque en términos de política se traduce en un tema y un grupo únicos, lo que tiene escasa capacidad para desestabilizar las estructuras, profundamente consolidadas, de la desigualdad de género en el hogar, el mercado laboral y otros ámbitos (Chant,2003).

Por otra parte, los debates sobre la jefatura femenina del hogar y la pobreza también han puesto en el tapete temas como el ‘poder’ y el ‘empoderamiento’, en la medida en que han subrayado cómo la capacidad de controlar y asignar recursos es tan importante —si no más— que el poder de obtener recursos, y que no existe una relación simple y unidireccional entre el acceso a los recursos materiales y el empoderamiento femenino.

Asimismo, con demasiada frecuencia, se percibe un exagerado optimismo con respecto al papel de los microcréditos en la superación de la pobreza de las mujeres. Así podemos encontrar aseveraciones como estas en determinados informes nacionales del Banco Mundial:

“María es boliviana y tiene 40 años. Como miles de mujeres en todo el mundo, nunca pensó que ella sería quién llevase el dinero a casa. Pero gracias a un pequeño crédito que le concedió una ONG puso en marcha una microempresa de la que viven ella y sus hijos. Tiene una pequeña tienda de ropa. María es una mujer que ha conseguido ser protagonista de su propia vida”.

El primero en referirse a los beneficios de los microcréditos fue Muhhammad Yunus, economista y premio Nobel de la Paz. Creó el llamado Banco de los pobres y decidió que el 95% de sus beneficiarios del banco, el Grammen Bank, fueran mujeres.

Algunos autores refieren: “Cuando el préstamo entra en una familia a través de una mujer, los beneficios van directamente al bienestar de la familia”. Las mujeres dedican el 70% del préstamo a mejorar la calidad de vida de su familia, frente al 30% que dedican los hombres (Banco Mundial, 2007).

Pero, otros autores señalan con mucho acierto que, la falta de participación de las mujeres en los planes económicos estratégicos de cada país tampoco puede ser nivelada con programas aislados de micro emprendimientos, que resultan ser micro respuestas a macro problemas ( Chiarotti, 2000).

Estos programas de micro finanzas, parten del supuesto de que la pobreza de las mujeres está relacionada con déficits de ingresos y capital humano y que un mejor nivel educativo y entrenamiento general y laboral permitiría superar la pobreza.

Esta óptica ignora los complejos y múltiples mecanismos que generan la desigualdad, inequidad y pobreza y asumen una postura lineal que pretende superar esos déficits y sacar a las mujeres de la pobreza. Suponen que, a la hora de superar los déficits, las mujeres encontrarán un mercado capaz de acogerlas y generar las oportunidades de desarrollo que necesitan.

Suele relegarse a un segundo plano la preocupación por los aspectos estructurales que causan la pobreza. También suele perderse de vista el análisis combinado de las políticas económicas y sociales en su impacto sobre las condiciones de vida de las mujeres , de suerte que la política económica se asocia con temas de crecimiento y productividad sin tomar en cuenta su impacto directo sobre sectores que no logran participar de dinámicas económicas “exitosas” sino operar en el margen de la informalidad y el autoempleo, mientras que las políticas sociales se entienden como el mecanismo que viene a reparar o enmendar los impactos negativos.

* Graduada de economista y profesora de economía política de la Universidad Estatal de Minsk, Belarus. Master en Ciencias económicas. Se encuentra trabajando como investigadora auxiliar en el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM), donde se especializa en los temas sociales y de ciencia y tecnología.

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