La economía sumergida nos saca a flote - Opinión - Faro de Vigo
País de las mil y una paradojas, Galicia se mantiene a flote gracias a la economía sumergida: o al menos eso parece deducirse del estudio de los técnicos de Hacienda que calculan en cien mil el número de trabajadores a los que proporcionan empleo las empresas informales. Nada menos que un diez por ciento de la fuerza laboral de este reino trabaja en negro, lo que demuestra nuestra carencia de prejuicios raciales a la vez que la notable imaginación de muchos de los emprendedores gallegos.
Esos cien mil currantes del Plan B –así etiquetados porque obtienen sus ingresos en dinero “B” o negro– son los que explican que el país no haya caído aún en el pozo de la indigencia pese a las elevadas cifras de paro que lo afligen. Se conoce que una cosa son las cifras oficiales de desempleo del INEM y otra bien distinta las de la economía real, que no necesariamente ha de pasar por los registros contables del Gobierno.
La Galicia de la negra sombra ha dejado paso a la del dinero negro que circula a caño libre por las alcantarillas de nuestra economía sumergida. Las actividades invisibles para el Fisco moverían según los propios inspectores unos 13.700 millones de euros tras la fuerte subida que han experimentado en estos dos últimos años de crisis, pero incluso esa apreciación pudiera quedarse corta.
Como es natural, los fiscalizadores de Hacienda tan sólo estiman el fraude que pudiera producirse en el empleo clandestino, la compra y alquiler de viviendas, las facturas sin IVA y otros ramos convencionales de la economía basada en la ley de la oferta y la demanda. No sería improbable, sin embargo, que el volumen de dinero oculto engordase aún más si los inspectores agregaran también a su cómputo las peculiaridades de Galicia en esta materia. Bastaría con sumar a los 13.700 millones antes citados los que acaso genere la importación de productos ultramarinos como la fariña y el chocolate que entran por las rías para que la cifra adquiriese proporciones casi imposibles de calcular.
Mucho antes de que la crisis sumergiera también a cien mil trabajadores en la clandestinidad, Galicia era ya un país de economía informal a todos los efectos gracias a –o por culpa de– los contrabandistas que empezaron comerciando con rubio de batea y más tarde orientaron su negocio a mercancías de mayor margen de beneficio.
Dadas esas singularidades, no extrañará que por ahí afuera se identifique un poco abusivamente a este pequeño reino con Sicilia, pero lo cierto es que los gallegos –en nuestra parte subacuática– nos parecemos más bien a los italianos en general. No es un mal referente. A menudo se ha dicho que Italia funciona básicamente por el impulso de su economía clandestina, y algunos expertos llegan a aventurar incluso que si allí se legalizasen todas las actividades productivas el país sufriría un colapso. Lejos de ocurrir tal cosa, la Italia de los cien gobiernos, los berlusconis y el caos perfectamente organizado no paró de crecer durante el último medio siglo hasta constituirse en una de las naciones más ricas del mundo con derecho a silla en el G-7.
Galicia no llega a tanto, por descontado; pero tampoco es menos verdad que durante las tres últimas décadas este que un día fue el país de la emigración y de la negra sombra ha experimentado una notable mejora de sus finanzas. Dábamos por hecho que esa relativa prosperidad se debió a las ayudas de la UE y al nacimiento de un pequeño tejido empresarial en las ramas del textil, la automoción y la industria alimentaria, como sin duda así ha sido. Ahora hemos descubierto que a esos factores bien podría añadirse también el papel de una economía sumergida capaz de generar más de cien mil puestos de trabajo, tan necesarios en tiempos de crisis y desempleo. A falta de un Plan B que el Gobierno no tiene, vamos trampeando la crisis con el dinero B. Y de momento el país sigue a flote.
anxel@arrakis.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario