Causa bastante asombro a los estudiosos que, tras una afirmación del ministro de Trabajo, tanto la Vicepresidenta de Asuntos Económicos como su Secretario de Estado, Campa, digan que nada serio se puede estimar sobre la economía sumergida. En primer lugar, porque la bibliografía sobre esto es extraordinariamente extensa, sin remontarnos más que a los trabajos de Blades. «The hidden economy and the National Accounts» (OECD, 1982) o al artículo de Schneider y Enste, «Shadow economies: size, causes and consequences», en el «Journal of Economic Literature», 2000, nº 38. Pero es que de economistas serios españoles también existe literatura. Véase el artículo de María Dolores Gadea y José María Serrano Sanz, «The hidden economy in Spain. A monetary estimation, 1964-1998», en Empirical Economics, 2002, nº 27, o de José María Serrano Sanz, Eduardo Bandrés, María Dolores Gadea, y Jaime Sanaú Villaroya, «Desigualdades territoriales en la economía sumergida» (Confederación de Empresarios de Aragón, 1988). Recientemente Pin Arboleda dio cuenta de una investigación sobre nuestra economía subterránea que, al parecer, había efectuado recientemente el IESE.
Pero he aquí que nos informa Ralph Atkins en «Financial Times» de 28 de diciembre de 2009, que el Deutsche Bank señala, en un trabajo efectuado por Sebastián Kubsch, cómo gracias a una combinación de las economías sumergida y criminal, «a través de empresarios que actúan en la sombra, de transacciones monetarias que no se anotan contablemente, de facturas falsas, de evasión fiscal o de actividades ilegales tales como el tráfico de drogas», los países donde esto tiene más peso «han visto que su economía se contrae menos durante la peor coyuntura negativa de Europa desde los años treinta, que sus vecinos más honestos». Claire Gatinois, en «Le Monde» del 30 de diciembre de 2009, al glosar este trabajo de Sebastián Kubsch, señala cómo Grecia y Portugal están en cabeza en cuanto a que sus economías subterráneas les hacen especialmente resistentes a la crisis. Parece que esto da la razón a aquel primer defensor de un mercado libérrimo, Mandeville, por todo lo que se desprende de su famoso libro «La fábula de las abejas, o la colmena rumorosa o los vicios privados que producen bienestar público».
Claro que Kubsch, al estudiar los casos de Austria, Holanda y Francia, con ciudadanos «particularmente virtuosos» en relación con su comportamiento económico llega a la conclusión de que también se escapan de una mala situación económica. Por eso concluye: «Es evidente: los países que tienen una muy fuerte o una muy débil economía subterránea, son los menos afectados por las fluctuaciones de la economía mundial».
Todo esto a corto plazo. Porque a largo, estudios empíricos como el conjunto ofrecido sobre la corrupción tanto en el «Journal of Economic Literature» norteamericano como en nuestra «Revista Española de Control Externo» muestran que el buen desarrollo a largo plazo sólo es posible en economías absolutamente limpias. Por tanto, afortunadamente para el mantenimiento de valores esenciales, Mandeville no debe ser seguido si queremos tener una próspera economía.
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