Por: Acisclo Valladares Molina
Antes de abordar este tema me permito compartir el final de mi último artículo, un testimonio sobre el Embajador Thomas Strook, artículo que concluía así: Tom Strook se jugó por Guatemala y vio venir –como ninguno– el gravísimo peligro que constituía el narcotráfico –inmediato para nosotros pero, tarde o temprano, para los propios Estados Unidos, cáncer que carcome– por infranqueable que parezca –la integridad de toda sociedad y todo Estado. ¡Descanse en paz!
Hasta allí, el artículo del sábado pasado, a lo que podría agregar que –salvo un par de excepciones–, excepciones que confirman la regla, hemos tenido muy buenos embajadores de Estados Unidos, embajadores, que han entendido a cabalidad la realidad guatemalteca y que han podido servir así, de mejor forma, respetando lo nuestro, sus propios intereses.
Entro, así, de lleno, al tema de hoy con una más que premonitoria sentencia: si seguimos como vamos, serán muy amplios los sectores de la población que se queden indocumentados, tal y como, por los mismísimos tropiezos de las formas, nos hemos orillado a la economía informal.
¿A quién se le ocurrió cobrar nada menos que el equivalente de tres jornales de trabajo por el primer documento que se extienda? ¿No fue capaz de imaginar siquiera que con semejante traba lo que está determinando es que muchísimas personas jamás se identifiquen?
Era la propuesta original del esfuerzo que se hace que el mismo número identificara a una persona, desde el nacimiento, hasta la tumba. El mismísimo número de identidad para todo, desde el documento único de identidad hasta el pasaporte, la licencia, la identificación tributaria la seguridad social y cualquier otro asunto. ¿En qué lugar del camino quedaron abandonados los propósitos?
La excusa para no hacer lo que originalmente se buscaba es que ya no había tiempo ¿tiempo para qué, me pregunto, si se dice, a estas alturas, que en las elecciones de 2011 convivirán la vieja cédula y el nuevo documento? ¡Guácala! Y si así es ¿por qué no se hizo lo que originalmente se pensara: lograr el registro de una sola identidad, absolutamente para todo?
A estas alturas, es imperfecto lo que se hace –pecado de origen– y para ajuste –si no se corrige tanta traba– podría llevarnos a un país en que sean muchísimas las personas formalmente inexistentes.
Tal, a tiempo ¡óigase bien! mi premonitoria sentencia.
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