A juzgar por la lectura de la prensa, pareciera que el país se encuentra Al filo del agua, novela en la que Agustín Yáñez describió el México semi rural anterior a la Revolución de noviembre de 1910. Políticos y empresarios, periodistas y académicos hablan de conjurar estallidos sociales y el propio presidente Calderón de “profunda e intensa transformación pacífica”.
La tentación de asociar 1810 (la Independencia) y 1910 con el 2010 es grande. Las similitudes no faltan: debilidad del poder central, crisis económica y enormes desigualdades. Sin embargo, las diferencias son mayores: México es un país de instituciones, no de caudillos; es una sociedad predominantemente urbana y con una cultura política moderna en la mayor parte de la población.
A pesar de ello, los centenarios del próximo año se perfilan sombríos por la pérdida de confianza en el gobierno. Las descalificaciones provienen de muchos ámbitos: varios premios nobeles de economía han criticado el manejo mexicano de la crisis, el último, Joseph Stiglitz, que lo calificó como “uno de los peores en el mundo”. Además advirtió que Estados Unidos no generará una demanda suficiente para que la economía mexicana se recupere en el 2010.
No es difícil imaginar la virulencia de la reacción gubernamental, pues el presidente Calderón anunciaba, en esos días, signos de recuperación. Y una mala noticia nunca llega sola: por vez primera en 50 años, la inversión extranjera directa registró en el tercer trimestre un saldo negativo. La firma Fitch, a su vez, bajó la calificación de la deuda del país y datos oficiales informan de la pérdida de un millón de empleos en el periodo septiembre 2008-2009. Estos desempleados se suman a los 12 millones que, se estima, se encuentran en la economía informal, además de los migrantes cuyas remesas se han desplomado y los cuatro millones con trabajos precarios, según las encuestas oficiales.
La polarización del país avanza y el rival de Calderón en las elecciones del 2006, Andrés Manuel López Obrador, mantiene su capacidad de convocatoria: hace dos semanas reunió alrededor de 200 mil personas en la capital del país. Ahí habló de “una revolución de las conciencias” y de “rescatar al Estado” para hacer valer las disposiciones constitucionales de 1917 en materia de recursos naturales. El movimiento de López Obrador recibió el apoyo del líder de los miles de trabajadores de la disuelta compañía estatal de electricidad, pero su cantera más rica son los excluidos de la modernización, los que se definen, según Alain Touraine, por lo que no hacen. Son una masa disponible.
Se argumenta constantemente que el movimiento de López Obrador es informe y, en ocasiones, deforme. La Revolución de 1910 comenzó en forma similar y en ambos casos lo que es importante destacar es el vacío de poder, cuando todo se pone del lado de la sociedad en contra del Estado y brotan las demandas particulares contenidas, aunque éstas sean opuestas o contradictorias. Nada autoriza a profetizar y nadie puede conocer el rumbo de los acontecimientos. Sin embargo, la violencia no es un riesgo latente; es un hecho en la vida cotidiana, la del crimen organizado, con un promedio superior a los 20 asesinatos por día. De esta violencia delictiva a otra de tipo social, sólo hay un paso, Colombia es un ejemplo.
La única alternativa a la violencia es la política, pero este oficio no es propio del equipo del presidente Calderón, ni de su partido. Seis décadas de oposición les convencieron de su papel testimonial y concedieron más importancia a la oratoria que a la negociación política, considerada como una traición a una ortodoxia teñida de fundamentalismo. Calderón es heredero directo de esta actitud, a pesar de que no es un orador capaz de seducir y convencer a su auditorio. El carisma le es ajeno y los textos que le preparan son de una ramplonería tal que resultan contraproducentes.
A pesar de ello, el presidente anuncia, sin parar, reformas de todo tipo, como si contara con mayoría absoluta en el Poder Legislativo, o como si ya la hubiera negociado con la oposición. Pareciera que busca dejar constancia de lo que quiso hacer y no pudo, o no supo como llevarlo a cabo. Sigue dando palos de ciego.
Entretanto, la gobernanza va a la deriva y el país se encuentra al filo del agua, al menos en el imaginario colectivo.
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