Por: Christianne Gomes* y Rodrigo Elizalde* *
Fuente: Revista “Polis”, N° 22
Resumen: Los vínculos sociales históricamente construidos entre trabajo, tiempo libre y ocio vienen, desde el final del siglo XIX, estimulando estudios y reflexiones por parte de algunos autores, siendo las investigaciones y pesquisas intensificadas con el paso del siglo XX, evidenciando que el asunto tiene gran complejidad y dinamismo. Así, este artículo tiene como objetivo comprender algunas dimensiones de las temáticas de trabajo, tiempo libre y ocio en la contemporaneidad, destacando algunas de las contradicciones y desafíos verificados en nuestra sociedad. Para contextualizar la discusión, el texto empieza con una relectura del pensamiento de algunos autores que analizan la categoría trabajo. En seguida, cuestiona la tesis de que el tiempo libre está siendo progresivamente ampliado, propone repensar la cuestión de la centralidad del trabajo en la sociedad actual y del papel que el ocio logra desarrollar en nuestra vida social. Estas discusiones son consideradas importantes para la comprensión de las relaciones entre trabajo, tiempo libre y ocio en nuestro contexto, especialmente en las sociedades latinoamericanas de hoy.
Conociendo algunas facetas del concepto de trabajo
Etimológicamente la palabra trabajo tiene su origen en el término latino tripalium, que significa un instrumento de tortura. Esa noción es recurrente, sobretodo, en las tradiciones griega y judeo-cristiana, que entendían y designaban al trabajo como una actividad penosa y obligatoria, vista incluso como un castigo para el ser humano.
Con el transcurso del tiempo, paulatinamente el trabajo pasó a ser entendido como una actividad que define al hombre. A pesar de todas estas contradicciones, la finalidad del trabajo logró ser vinculada con la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales.
En el siglo XVIII, Adam Smith afirma que el trabajo era la verdadera fuente de riqueza, oponiéndose así a la tesis mercantilista que planteaba que la riqueza provenía de las cantidades de oro y plata disponible. Para el autor, la división internacional del trabajo, el libre intercambio y la concurrencia favorecían la producción, y la cantidad de trabajo necesario para producir una mercadería determinaba el valor de esta actividad humana (Durozoi, Roussel, 1993).
Este pensamiento, que resalta el valor del trabajo, fue radicalmente criticado por Marx, para quien el patrón no compra solamente el producto del trabajo, sino también se apropia de la fuerza de trabajo, vista como cualquier otra mercancía. Así, de acuerdo con la concepción marxista, el capitalismo acarrea una nueva forma de esclavitud: la explotación del hombre por el propio hombre (Durozoi, Roussel, 1993).
Esa explotación resalta la necesidad de distinguir entre “trabajo concreto” y “trabajo abstracto”, expresiones formuladas por el propio Marx y utilizadas por estudiosos de diversas áreas que problematizan el trabajo. Siguiendo a Antunes (2004), es necesario comprender la doble dimensión presente en el mundo del trabajo para que podamos entender la crisis que marca en nuestras sociedades, especialmente en los días de hoy. Esa doble dimensión es relativa a las nociones de trabajo concreto y trabajo abstracto.
El trabajo concreto se vuelca para la producción de bienes y para la satisfacción de las necesidades humanas, colaborando en la realización del individuo en cuanto creador y transformador del medio que lo rodea. El trabajo posee características esencialmente cualitativas, y su carácter de utilidad posibilita el intercambio entre los hombres y la naturaleza. En esta perspectiva, el trabajo es una actividad cuyo sentido histórico original está relacionado con la creación de objetos socialmente necesarios y útiles.
En cambio, el trabajo abstracto se reduce al gasto de fuerza humana productiva, sea en lo físico o intelectual. La fuerza productiva se convierte en una mercadería que tiene como finalidad crear nuevos productos con vistas a la obtención de lucro. Se trata de una producción determinada socialmente, direccionada para el mundo de las mercaderías y de valorización del capital. Así, esta actividad humana se restringe a un medio de subsistencia. Representando, en síntesis, una esfera alienante, “embrutecedora” y enajenante para el trabajador, de quien es retirada la posibilidad de comprender los objetivos de su trabajo, de dominar el proceso global de la producción y de disfrutar del producto de su trabajo.
Desde esta perspectiva, el trabajo concreto representa una necesidad de realización humana; en cambio, el trabajo abstracto es apenas un medio de subsistencia, garantizado bajo una forma de pago de un salario que genera, potencialmente, un proceso de alienación. Este proceso, también denominado de “extrañamiento”, no se vuelve efectivo sólo en el resultado, sino que también va a abarcar al propio acto de producción.
Aranha (2000) explica que alienación significa separación por la perdida sufrida, por el trabajador, de una parte de su ser, de su actividad y de su constitución humana. Alienado, el trabajo se transforma en una actividad dañina, fuente de sufrimiento para el trabajador. Se torna un impedimento para la formación humana integral y para el fortalecimiento de los vínculos humanos sanos, provocando el aislamiento social del individuo. En esta circunstancia, la alienación se manifiesta en tres ámbitos, los que a la vez pueden ser relacionados:
a) En los productos del trabajo: El trabajador no posee la propiedad ni el control sobre los frutos de su trabajo, no determina el qué, ni el porqué de eso producido;
b) En la actividad del trabajo: El trabajador no controla el proceso de producción de los productos, participando apenas como ejecutor de procedimientos concebidos por otros;
c) En la especie: Al sumergirse en ese proceso de desapropiación de sí, el trabajador no se desenvuelve plenamente como ser humano (Aranha, 2000).
De acuerdo con Antunes (2004: 229), Marx defendía el presupuesto de que el trabajo debería ser una posibilidad de disfrute de la vida. Mas, sobre el designio da la propiedad privada, se tornó trabajo abstracto, alienado, deshumanizado, produciendo esta enajenación y extrañamiento de la vida. Más que actividad humana, según las palabras de Marx, es apenas una apariencia, ya que también es una actividad puramente impuesta y el único motivo que obligaba a realizarla es una necesidad externa y accidental, no una necesidad interna y verdaderamente necesaria.
Cabe destacar que por esta vía se produciría una deshumanización del trabajador y una cosificación de toda su vida social, llegando a formar parte del espiral de la perversión, con todas las psicopatologías asociadas.
Según este pensamiento, en el capitalismo trabajamos para sobrevivir, para obtener los medios de proveernos nuestra existencia. Esta es quizás una de las razones por la cual el trabajo todavía es concebido por los segmentos asalariados mayoritarios, como una actividad nociva y como un verdadero suplicio, al ser una actividad impuesta y no necesariamente optada.
En síntesis, la discusión sobre la doble dimensión presente en el mundo del trabajo puede ser resumida en la siguiente cita:
[...] Si, por un lado, el trabajo es una actividad central en la historia humana, en su proceso de sociabilidad, posteriormente, con el avenimiento del capitalismo, se da una transformación esencial, que alteró y complejizó el trabajo humano. Marx utilizó dos términos distintos (en inglés) para caracterizar mejor esa dimensión amplia del trabajo: work y labour. El primer término (work) tiene una connotación más positiva, siendo por eso una expresión más aproximada a la dimensión concreta del trabajo, que crea valores socialmente útiles y necesarios. El segundo término (labour) expresa la dimensión cotidiana del trabajo sobre la vigencia del capitalismo, más aproximada a la dimensión abstracta del trabajo, esto es trabajo alienado y desprovisto de sentido humano y social. (Antunes, 2004: 231).1
Por medio del trabajo humano, en su realización cotidiana, el ser social se distingue de otros seres vivos. Para explicar esta idea, es interesante retomar un ejemplo de Marx, bastante conocido, según el cual el peor arquitecto se diferencia de la mejor abeja porque ella sólo hace una transformación de la materia natural, en tanto, desde el inicio, el arquitecto es capaz de establecer, idealmente, el resultado que desea obtener. El hecho de ser social y estar dotado de consciencia, le permite concebir previamente la configuración que desea imprimir en el objeto de trabajo como acto de su realización. Con eso, la finalidad básica del ser social es la búsqueda de su realización en el trabajo (Antunes, 2004).
Siguiendo esa línea teórica, el trabajo se inscribe como dimensión esencial del ser social, siendo condición básica para su existencia. Es así que el trabajo es el punto de partida para la humanización del ser social (Antunes, 2004). Diferentemente de los animales, que se adaptan a la naturaleza, los hombres son los que adaptan la naturaleza a sus necesidades. En otras palabras, a través del trabajo ocurre un proceso de transformación recíproca a lo largo de la historia humana. Por un lado, el trabajo humano transforma los objetos y fuerzas de la naturaleza en materias primas, en medios y en objetos necesarios y útiles. Por otro lado, al actuar sobre la naturaleza, el trabajador es transformado por su trabajo.
Otro elemento importante de señalar es la crisis del trabajo que marca a la sociedad contemporánea. Cada año las corporaciones y grandes empresas eliminan millones de empleos y, a pesar de surgir nuevos puestos de trabajo, estos son muchas veces temporarios y ofrecen una remuneración inferior a las antiguas ocupaciones (Werneck, Stoppa, Isayama, 2001).
Es importante aclarar que empleo es distinto de ocupación laboral y de puesto de trabajo. Empleo está referido a relaciones estables de trabajo asalariado: es formal y garantizado por los principios de la seguridad social, como indemnización en caso de accidente de trabajo, descanso semanal y vacaciones anuales pagadas, entre otros. Empleo es un tipo específico de trabajo: el trabajo asalariado formal, con un pago que considere todas las garantías y cumplimiento de leyes laborales hacia el trabajador.
En los días de hoy, en muchos casos, el empleo es considerado tradicional e inviable, principalmente porque genera un costo adicional para el empleador. Muchas veces esa opción acaba siendo substituida por relaciones de trabajo consideradas más flexibles, tales como: trabajo temporal, trabajo autónomo o por cuenta propia, prestación de servicios y subempleo, subcontratación y otras. Sin duda, estas y muchas otras formas de ocupación son destructoras de los derechos sociales y laborales, por lo tanto, desvinculadas de los principios básicos de la seguridad social, lo que hace que el trabajador quede totalmente vulnerable y subordinado a los intereses hegemónicos del mercado y del capital. Es así que actualmente se presentan realidades tan ambivalentes y contradictorias, al existir un discurso empresarial en que se habla de la responsabilidad social, como un baluarte de nuestro tiempo, mientras en la misma realidad concreta se desarrollan crecientes prácticas que apuntan a la precariedad laboral.
Para Werneck, Stoppa y Isayama (2001) esta situación va siendo agravado por diversos factores, tales como: (a) los efectos de la globalización, que acaban provocando despidos en masa, (b) las consecuencias del avance tecnológico, que permiten una substitución de algunas operaciones del trabajo humano por la máquina y (c) la reducción de los puestos de trabajo del aparato estatal, estrategia adoptada en muchos países (especialmente en los países en desarrollo) para enfrentar el problema del déficit público, por medio de programas de renuncia y o jubilación voluntaria, entre otras medidas.2
Algunos especialistas creen que ya llegamos al fin de los empleos y que su desaparición gradual es una mera cuestión de tiempo. Otros llegan a afirmar que, con el avance de las nuevas tecnologías, el trabajo humano es cada vez más innecesario.
Autores como Singer (1998) y Antunes (2000), por ejemplo, discrepan de la reciente afirmación, asegurando que el trabajo humano continúa siendo indispensable para el éxito del capitalismo. Por eso, en su trayectoria profesional, muchos trabajadores encuentran una ocupación, pero no siempre un empleo estable, que cumpla todas las normativas laborales vigentes. Aclaramos con ello que tanto el desempleo como las oportunidades de subempleo, verificadas en la sociedad contemporánea, son el indicio de un problema mucho más complejo, esto es, el deterioro de las relaciones de trabajo. Aunque la actual situación sea traducida por muchos especialistas del asunto como el “fin del empleo”, en realidad ella significa una tentativa de destrucción del trabajo protegido, elemento casi estructural del actual sistema laboral en su conjunto.
Al hacer esas consideraciones, destacamos que “precarización del trabajo” es una expresión que describe de manera más adecuada el contexto actual. Los nuevos puestos generados a partir de las transformaciones de las tecnologías, la división internacional del trabajo y el avance del sector de servicios en la mayoría de las veces no ofrecen, a sus eventuales ocupantes, las garantías que las leyes y los contratos colectivos venían asegurando a los empleados formales.
Al mismo tiempo, el surgimiento de altos niveles de individualismo y con esto una disminución de muchas prácticas asociativas, como sindicatos y gremios, para la obtención y defensa de derechos laborales y otros, produce un retroceso en los logros obtenidos durante años de luchas laborales. Este retroceso ejerce una amplia influencia en el tiempo libre de los trabajadores y sus familias, temática que será tratada a continuación.
Trabajo y tiempo libre: Contradicciones en la actualidad
Como hemos visto, generalmente el trabajo es concebido como una obligación, y no como una auténtica posibilidad de realización humana. Según Padilha (2004), como el trabajo es colocado en situación de oposición a la libertad, esta sólo podría ser vivenciada por el trabajador en el tiempo fuera del acto productivo. Así, el tiempo libre surge como un supuesto tiempo de libertad, de liberación de las amarras, obligaciones y contradicciones presentes en el mundo del trabajo.
Es necesario recordar que las sociedades humanas siempre se organizaron en “tiempos sociales”, o sea, en momentos determinados por las actividades sociales en ellas desarrolladas: el tiempo para el trabajo, para la educación, para la religiosidad, para la familia, para el descanso, etc. (Padilha, 2004). Es así que la vida colectiva es regida por la articulación de esos momentos, lo que en las metrópolis urbanizadas de la actualidad se diferencian, por ejemplo, de algunas sociedades indígenas, en las cuales los tiempos sociales son vinculados a los ciclos de la naturaleza, y no al tiempo artificial determinado por el reloj. Es así que, en nuestros días el principal sentido de tiempo libre prevalece como un tiempo de no trabajo.
De esta forma, la lógica del capital rige no sólo el tiempo de trabajo, sino también el tiempo fuera de él. Sin embargo, el tiempo libre puede ser también un tiempo de alienación y consumismo, o por el contrario, ser un tiempo de reflexión y praxis. En un abordaje crítico de la sociedad el tiempo esta lleno de contradicciones, lo que hace que el tiempo libre, como fenómeno social, también sea contradictorio. (Padilha, 2001, 2004)
Esa opinión es compartida por muchos estudiosos, como Souza Júnior (2000), para quién la categoría tiempo libre debería constituir un momento en que cada ser social podría disponer de sí mismo libremente, sin someterse al imperativo de tener que trabajar para vivir. Sin embargo, en la sociedad capitalista, el tiempo libre está muy distante de alcanzar ese ideal, representando casi solo un momento de reproducción de la fuerza de trabajo. Así, el tiempo libre está muy lejos de significar la total libertad del individuo o de promover una autonomía frente a las diversas formas de opresión y alienación social. Se trata de un período en el cual el individuo se encuentra libre momentáneamente, pero esta libertad puede ser sólo aparente y limitada. Además de eso, el autor cree que el desarrollo de las fuerzas productivas debería llevar a la humanidad a reducir el tiempo en el trabajo, disponiendo cada vez más de tiempo libre en el cual poder desarrollar sus potencialidades.
Pero… ¿será que la humanidad está caminando hacia a un aumento del tiempo libre?
Las reflexiones sobre la progresiva ampliación del tiempo libre, así como sus articulaciones con el trabajo y el ocio, fueron establecidas en el transcurso del siglo XX (Becque, 1939; Sussekind, 1946; Russel, 1977). Estas reflexiones fueron retomadas recientemente por algunos autores, tales como De Masi (2000), que toma como referencia la progresiva reducción de las jornadas de trabajo en el transcurso del siglo pasado, que en varios países actualmente está limitada a ocho horas diarias. Algo distinto de lo que ocurría en el siglo XIX en el que la jornada laboral llegaba hasta las 16 o 18 horas por día.
De acuerdo con el pensamiento de ese sociólogo italiano, mientras nuestros ancestros trabajaban casi la mitad de sus vidas, en la sociedad post-industrial de hoy nosotros trabajamos sólo un décimo de nuestra existencia. Para De Masi (2000a), el tiempo libre corresponde a 9/10 de la vida humana, siendo facilitado por las nuevas tecnologías. Al elaborar elogios al avance tecnológico, el autor parece considerarlo como redentor de la humanidad. Con eso, el teléfono y el avión nos permitirían economizar el tiempo, el que también podría ser enriquecido con la radio, programado con las agendas electrónicas y acrecentado con las secretarias electrónicas. Para el autor estas tecnologías, altamente sofisticadas, terminan colaborando con la ampliación del tiempo libre.
Santos (2000) observa que las continuas evoluciones tecnológicas prometieron no solamente una liberación del esfuerzo en el trabajo, provocando también más tiempo libre para todos, más información, más comunicación, más política y más desarrollo humano. En otras palabras, un mundo mejor. A pesar de lo anterior, el autor comenta que lamentablemente la realidad viene mostrando que el tiempo libre no está siendo ampliado, y más bien viene siendo reducido en gran escala debido principalmente a las condiciones sociales de existencia de la mayoría de las personas, que son marcadas por diversas formas de exclusión.
La explicación elaborada por De Masi (2000a), aunque dotada de una lógica propia, no considera cuestiones sociales que son fundamentales para una comprensión más amplia y consistente del trabajo y del tiempo libre. En varias regiones del mundo continúan predominando las jornadas de trabajo extremadamente largas de los primeros tiempos del capitalismo y, aún en las metrópolis occidentales, la jornada real de trabajo fue reducida sólo en cierta medida. Consecuentemente, cada vez más las personas buscan, desesperadamente, el “tiempo libre”, como pondera Kurz (2000). Agregamos a esto los largos períodos de tiempo que los trabajadores destinan al traslado desde sus hogares a sus puestos de trabajo, lo que puede equivaler a varias horas. Esta situación sin duda aumenta de forma significativa el tiempo adicional agregado a su actividad laboral.
Además, en la contemporaneidad las exigencias de desempeño profesional crecen considerablemente. Hay un nuevo paradigma productivo que está exigiendo mayor esfuerzo y, cuando no prolonga las jornadas, acaba provocando una gran intensificación durante el tiempo de trabajo. Muchas corporaciones adhirieron a la reducción de personal, optando por estrategias que parecen generar mejores resultados para las empresas. Luego, aquellos que permanecieron empleados pasaron a trabajar mucho más: tanto para lograr cumplir todas las tareas, como para no correr el riesgo de quedar desempleados. A su vez los trabajadores informales también acaban trabajando mucho, porque enfrentan jornadas extensas para intentar mantener su antigua condición de renta (Werneck, Stoppa, Isayama, 2001).
El sector informal viene adquiriendo un enorme peso en los países en desarrollo, estimándose que representa entre 30% y 80% del mercado de trabajo, con perspectivas de permanecer y crecer aún más (Dupas, 2000). La Organización Internacional del Trabajo (OIT) esclarece que el sector informal es, casi por definición, precario, pues está al margen de las redes de regulación estatal y de control, incluyendo trabajos diversos y fragmentados. Aclaramos que el problema no será el crecimiento del sector informal o formal, sino las condiciones de precariedad laboral que en muchos casos entregan a sus trabajadores.
Es así que actualmente el trabajador, además de trabajar mucho, queda vulnerable a los imperativos del mercado, provocando un grave deterioro de las condiciones y relaciones de trabajo. Crece en proporciones impresionantes el número de trabajadores informales contratados en régimen de tiempo parcial o por períodos temporales, especialmente en el sector de prestación de servicios.
Agregamos a lo anterior, que en el sector de prestación de servicios, desde la década de 1980 el número de empleados informales sobrepasa los formales en varios países del mundo, siendo esta situación traducida simplemente como reducción general del empleo. Tal situación no está circunscrita al llamado primer mundo, alcanzando también a los países en desarrollo. Además esto, comprende tanto la exclusión de una creciente masa de trabajadores del gozo de sus derechos legales y a su vez la consolidación de este considerable ejército de reserva y reemplazo.
Obviamente, aún existen algunas posibilidades de empleo estable, pero tales oportunidades sólo están siendo aseguradas a grupos muy limitados, compuestos por trabajadores calificados y especializados que no pueden ser fácilmente sustituidos (Gorz, 1991).
Así, la caída del empleo formal y el crecimiento del informal acaban generando, en conjunto, un amplio cambio en el mundo del trabajo. A medida que los empleados formales dejan de ser la mayoría de los ocupados, los derechos legales duramente conquistados acaban siendo vistos como privilegios, cuya existencia pasa a ser entendida como un impedimento a la expansión del empleo formal (Singer, 1998). Consecuentemente, la mayoría de los trabajadores necesita volcarse en buscar formas para sobrevivir.
Vale recordar que, según el Informe del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas, en el principio del siglo XXI más de 1.200 millones de personas (casi _ de la población mundial) viven en pobreza absoluta, esto es, con ingresos inferiores a un dólar por día. Otros 2.800 millones viven sólo con el doble de ese ingreso. Sin contar que el conjunto de los países pobres, donde viven cerca del 85% de la población mundial, obtiene sólo el 21% de la producción de riqueza mundial, mientras que el bloque de los países ricos, que engloba el 14,8% de la población mundial, se queda con el 78,5% de la producción de riqueza del planeta (Ferreira, 2003).
Añadido a lo anterior, vemos que en todos los países subdesarrollados o en vías de desarrollo las condiciones de ingresos económicos por familias en la realidad actual no son muy alentadoras – tanto en el área urbana, como en la rural.
Sabemos que la mayoría de los hogares de América Latina y de los países del llamado Tercer Mundo, presentan mucha dificultad para llegar al fin del mes con su nivel de gasto familiar total. Mientras muchos se ven obligados a prolongar su jornada de trabajo, otros se encuentran al margen de los medios y recursos para vivenciar sus derechos sociales básicos con dignidad, sin poder disfrutar plenamente del patrimonio común construido por la humanidad.
Frente a este contexto contemporáneo de clara injusticia social, inequidad y exclusión, ¿Qué papel desarrolla el ocio en nuestra sociedad? Veremos en seguida algunas posibilidades para discutir este tema.
Trabajo y ocio: En búsqueda de la humanización
En la actualidad occidental, podemos elegir distintos caminos de análisis para reflexionar sobre el ocio, por ejemplo, sea considerando sus límites o sus posibilidades económicas, culturales, políticas o pedagógicas. Nosotros optamos por discutir la temática tomando en cuenta sus articulaciones con el trabajo y el tiempo libre en la sociedad occidental capitalista.
Este desafío nos motiva a analizar, como punto de partida, la idea de “ocio creativo” (De Masi, 2000) que, desde la transición del siglo XX para el siglo XXI viene adquiriendo una relativa repercusión en diferentes segmentos de nuestra sociedad. Esta repercusión puede ser verificada especialmente entre aquellos que buscan nuevas posibilidades para repensar las distintas dimensiones de la vida en un contexto de globalización, marcado entre otros elementos por el desarrollo de las tecnologías, por el avance de los medios de comunicación y por nuevas formas y relaciones de trabajo.
En principio, es necesario aclarar que la noción de ocio añadida al adjetivo creativo sostenida por De Masi (2000: 299) se mezcla con la idea de tiempo libre y con una serie de manifestaciones culturales. De acuerdo con las palabras del autor: “Tiempo libre significa viaje, cultura, erotismo, estética, reposo, deporte, gimnasia, meditación y reflexión.” En otras situaciones el empleo de la palabra ocio, por el autor, designa el “no hacer nada”, que encuentra en la idea de estar en la hamaca el símbolo por excelencia del llamado ocio creativo.
Naturalmente, el ocio (…) es un arte. Casi todos saben trabajar. Poquísimos son los que saben quedarse sin hacer nada. Y eso es debido al hecho de que a todos nos enseñaron a trabajar, pero nadie, como ya fue dicho, nos enseñó a quedarnos sin hacer nada. Para quedar sin hacer nada son necesarios los lugares correctos. Ustedes (…) pueden crear grandes centros culturales y de “lazer”, pero en ellos descansamos como si estuviéramos trabajando. (De Masi, 2000a: 135)
En esta cita podemos observar el peso que la ética del trabajo asume en nuestra sociedad. Hubo algunas décadas en que prevalecía el sentido colectivo del trabajo, de modo que el buen profesional era aquel que no faltaba, llegaba en el horario, obedecía las normas y respetaba a su jefe. En otras palabras, era aquel que cumplía bien con su deber. Hoy, el sentido del trabajo pasó a la esfera individual, incluyendo la necesidad de estructurar un proyecto de vida en el cual la carrera forme parte, sin embargo, que no se restrinja al universo profesional. De esa manera, los profesionales –desde los ejecutivos a aquellos que ocupan cargos inferiores– anhelan un equilibrio entre la carrera y la vida personal, buscando identificarse con los valores de la empresa, tener la oportunidad de diversificar sus tareas y buscar posibilidades de ascensos. En otras palabras, que amplíe las oportunidades para que las personas vivencien el trabajo como una autentica posibilidad de realización humana. Pero, tales posibilidades son reservadas sólo a un grupo muy selecto de profesionales.
La realidad actual revela que la ética del trabajo continúa siendo valorada e internalizada por muchos trabajadores. En esa perspectiva, la falta de disposición para el trabajo, en general, es vista como el principal obstáculo para el ascenso social, pues, el trabajo duro y constante es considerado como la vía de acceso para una vida exitosa. A su vez, no podemos dejar de considerar el hecho de que para otros profesionales, esa ética no es reconocida como algo que produce sólo efectos benéficos. Para esos trabajadores, más que el trabajo, lo que importa es la propia riqueza producida por él. El trabajo es considerado, así, como un medio capaz de proporcionar un estilo de vida más interesante, con más calidad, autonomía y satisfacción. De acuerdo con esa comprensión, la capacidad universalmente apreciada es poder escoger cómo llevar la vida, los lugares donde vivir, trabajar y usufructuar del ocio, los compañeros para compartir esas y otras experiencias, teniendo aún la oportunidad de cambiar todo eso a voluntad (Bauman, 1999).
Retomando nuevamente la cita de De Masi, observamos algunas de las fragilidades que rondan nuestros procesos educativos, que muchas veces equivocan la importancia de invertir en una educación crítica para orientar las experiencias de ocio. Observamos también que, con el acelerado ritmo de vida impuesto en las metrópolis occidentales, se vuelve muy difícil el desvincularnos de las obligaciones del trabajo productivo –que, como hemos visto, muchas veces prolonga las jornadas y exigen trabajos regulares de los fines de semana, las vacaciones, los festivos que en otros momentos, idealmente, fueron destinados al ocio.
Además de todo esto, podemos constatar que el autor abre posibilidades para el ocio entendido como “hacer nada”. Pero, en otros momentos, De Masi (2000, p.39) se contradice:
Toda mi vida, mis aulas en la universidad y mis publicaciones demuestran que yo detesto el dolce far nulla, o sea, quedar patas arriba. Que adoro la actividad, la creatividad, la innovación y la producción eficiente de nuevos bienes y servicios, capaces de aliviar el cansancio humano.
De acuerdo con la visión de Domenico De Masi, el ocio sólo adquiere algún valor en nuestra sociedad cuando se hace útil, funcional, aliviando el cansancio proporcionado por el trabajo. Para el autor, como el ocio es un tabú en el mundo del trabajo, es necesario desplazar la atención para las ventajas económicas que el primero puede ofrecer (Gomes, 2005).
La utilización de la expresión “economía del ocio” puede maximizar, en su punto de vista, las potencialidades del ocio con atenta pericia económica, confiriéndole orígenes ilustres –no para reducirlo lo más posible, sino para contribuir a la calidad y a la productividad, en términos de elevación del espíritu y de la producción de ideas (De Masi, 2000b). Al instrumentalizar el ocio, se acredita que oportunidades inéditas de negocios también pueden ser concretizadas. De ahí fundamenta la necesidad de fundar una economía post-industrial basada en la creatividad y en el ocio.
Estas son maneras funcionalistas de concebir al ocio y son muy comunes en nuestra realidad (Marcellino, 1987). De esta forma el ocio es benéfico para aumentar la productividad, compensar el desgaste del trabajo y promover la incorporación de valores comprometidos con el status quo, en vez de constituir un espacio revolucionario que puede colaborar con la transformación de nuestra sociedad, haciéndola más justa.3
Según De Masi (2000) el problema es que muchos de nosotros sabemos trabajar, pero no sabemos administrar el tiempo libre. La mayoría de las personas ocupa muy mal sus periodos de descanso: o se queda sin hacer nada y, consecuentemente, sufre de tedio, o se tira a un frenesí de actividades insensatas. En su opinión, las personas más adineradas son las menos preparadas, pues, como no consiguen conferir sentido a las cosas que poseen, se llenan de objetos vacíos de significado. Subraya que el verdadero lujo no es poseer joyas, yates, aviones; es aquello que es raro: silencio, espacio, privacidad, seguridad, autenticidad, belleza, autonomía. En su visión, la gran sabiduría es conseguir vivir bien el propio tiempo, sin usar la disculpa de no tener tiempo, que puede ser justificada por variados artificios.
Estas observaciones son interesantes pero no pueden ser generalizadas. Vivimos en una sociedad contradictoria y caracterizada por distintas pobrezas, las cuales pueden ser traducidas como la dificultad o imposibilidad de satisfacer adecuadamente nuestras necesidades humanas fundamentales, siendo el ocio una de ellas, como plantea la teoría de desarrollo a escala humana (Max-Neef, Elizalde, Hopenhayn, 1986).
Las cuestiones conectadas al principio de justicia social son citadas por De Masi de modo superficial, y como no enfrentan la esencia del problema –la lógica excluyente que impera en nuestro medio, caracterizado por tantas injusticias sociales– coloca en duda su compromiso en promover un efectivo cambio en la sociedad, transformándola en una más justa, más humana e inclusiva desde el punto de vista social, económico, político, geográfico, virtual, etc.
Las reflexiones aquí efectuadas evidencian que el problema va mucho más allá de la mera dificultad de “administrar adecuadamente” el tiempo libre, teniendo implicaciones mucho más profundas. De hecho, tanto en la familia, como en la escuela, somos preparados para el trabajo, siendo aún modestas y mínimas las iniciativas que nos educan para la vivencia crítica y creativa del ocio.
De Masi (1999, 2000) cree que el trabajo humano es cada vez más innecesario, por eso esa categoría viene perdiendo el estatuto de centralidad en nuestra vida social. Esta visión genera controversias y fuertes respuestas por parte de otros sociólogos del trabajo, como Antunes (2000), quien afirma que el trabajo aún siendo alienado representa una actividad que compone la existencia humana. Un ejemplo de eso es el hecho de que muchas personas quedan deprimidas y pasan a manifestar varios problemas de salud cuando son obligadas a alejarse del trabajo, sea a causa del desempleo o incluso de la jubilación, un derecho que puede transformarse en pesadilla cuando aún no es deseado, cuando no se tiene preparación u oportunidad para vivirlo con dignidad.
Sin embargo, no podemos ignorar el hecho de que la centralidad del trabajo es un asunto complejo, ya que la sociabilidad se construye a partir de varios componentes y, por eso, es social e históricamente determinada, demandando profundizaciones y estudios consistentes. Antunes (2000) comenta que en el mundo contemporáneo viene ocurriendo una mayor articulación entre las actividades productivas y las improductivas, entre las actividades fabriles y de servicios, entre las operacionales y las de concepción, entre la producción y el conocimiento científico, que se expanden fuertemente en la actualidad.
Además de eso, la sociedad del trabajo –abstracto– posibilitó, por medio de la constitución de una masa de trabajadores sacados del proceso productivo, la apariencia de la sociedad fundada en la “no centralidad” de la categoría trabajo, como si el trabajo hubiera perdido el papel de categoría central en la sociabilidad humana. Pero la comprensión de las transformaciones en curso en el mundo del trabajo nos obliga a ir más allá de las apariencias, revelando que el sentido dado al acto laboral por la lógica excluyente del capital es completamente diferente del sentido que la humanidad puede conferirle.
Así, la búsqueda de una vida plena de sentido y revestida de autenticidad acaba encontrando en el trabajo su locus primero de realización. Hacer esa afirmación no significa decir que una vida gratificante se resume exclusivamente al trabajo, lo que sería un completo absurdo, como bien resalta Antunes (2000). La búsqueda de una vida llena de sentido también incluye el ocio, que adquiere un significado muy especial para el ser social. Así, la vida debe ser plena de sentido dentro y fuera del trabajo, y la construcción de una nueva realidad, más justa, inclusiva, digna y humanizada también se construye por medio del ocio, que adquiere papel fundamental en ese proceso.
Si el trabajo se hace (…) autónomo y libre, y por eso dotado de sentido, será también (y decisivamente) por medio del arte, de la poesía, de la pintura, de la literatura, de la música, del uso autónomo del tiempo libre y de la libertad que el ser social podrá humanizarse y emanciparse en su sentido más profundo. (Antunes, 2000, p.143)
El ocio es un fenómeno dialéctico que dialoga con el contexto y, por eso, es vulnerable y presenta ambigüedades y contradicciones. Así el ocio puede tanto expresar formas de reforzar las injusticias, alienaciones y opresiones sociales, como por el contrario representar una posibilidad de libertad y dignificación de la condición humana. Esta consideración resalta la necesidad de promover una educación crítica/creativa por y para el ocio, una vez que este representa una posibilidad de reflexionar sobre la realidad en que vivimos y así poder soñar con sociedades más incluyentes, justas, humanas y sustentables (Gomes, 2008). Por esto, el ocio no puede ser visto como un remedio para la problemática social, cuyo objetivo sea simplemente aliviar las tensiones o compensar los dilemas que marcan profundamente el mundo del trabajo.
Como bien dice Riesman (1971), el ocio no es capaz de salvar el trabajo, fracasando juntamente con él, y sólo será significativo para las personas si el trabajo lo es también. De esa forma, las cualidades planteadas en los momentos de ocio –como satisfacción, realización, reconocimiento, autonomía, libertad, creatividad y criticidad– tendrán mayores oportunidades de concretizarse en el trabajo a partir del momento en que desarrollamos la batalla en un único frente: el del “trabajo-y-ocio”.
Así, el papel que el ocio necesita desarrollar en nuestra sociedad está relacionado con la humanización de la vida social por medio de la ampliación del pensamiento crítico y creativo sobre todas las dimensiones de la vida, incluyendo los propios procesos de trabajo. Trabajo y ocio necesitan ser vivenciados en el interior de un orden social más justo, capaz de romper con la lógica excluyente comprometida con el mantenimiento del status quo.
Sin duda, en la contemporaneidad todo esto aún es un desafío pendiente, porque nuestra realidad es fuertemente marcada por exclusiones de distintas naturalezas, que equivocadamente cambian el sentido de ocio al verlo, casi exclusivamente, como un privilegio, en vez de ser reconocido como una necesidad humana fundamental y como un derecho humano universal, constituyente de ciudadanía.
Consideraciones finales: Desafíos para Latinoamérica
Finalizamos este artículo haciendo algunos aportes relativos a las dificultades encontradas para realizar nuestra reflexión sobre el ocio, considerando en especial las discusiones desarrolladas sobre el tema en la realidad latinoamericana.
Volviendo en el tiempo, más allá de las contradicciones sociales propias de Grecia clásica, el ocio, en su sentido griego original, era entendido como una manifestación cultural basada en la meditación, la reflexión y la sabiduría. Con el paso de los siglos el ocio fue adquiriendo diversas connotaciones en la cultura occidental.
En nuestro contexto latinoamericano actual, por ejemplo, la visión del ocio es fuertemente influenciada por la lógica de la productividad que, en general, banaliza y subvalora los significados de este, cargándolos con prejuicios y connotaciones negativas. De esta forma el ocio pasa a ser asociado casi únicamente con un tiempo vacío, tiempo de no hacer nada, vinculado así a la pereza y la holgazanería, y homologado casi directamente con la aversión al trabajo. De este modo el ocio es confundido e identificado con la ociosidad y por esta vía considerado nocivo para el desarrollo de la sociedad. Postulamos que esta forma de entenderlo fue influenciada por la ética protestante, que rechazó al ocio por ser visto como una amenaza para el modelo de producción capitalista.
En España, en parte, la forma de entender al ocio es un poco más amplia que en Latinoamérica, no teniendo una connotación tan negativa. Es así que el Diccionario de la Real Academia Española4 define al ocio como un momento de “cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad”, es el “tiempo libre de una persona”, ocupado para la “diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas”. Desde esta perspectiva podemos observar cómo el ocio está relacionado con el tiempo libre, el descanso, la recreación y con lo lúdico.
Al mismo tiempo, identificamos que en otros contextos existe un concepto que engloba todas estas dimensiones relativas al ocio. Por ejemplo, en Francia la palabra más utilizada para definir el ocio como disfrute del tiempo libre para descansar, divertirse o desarrollar al ser humano es loisir, concepto que también existe en el inglés al hablar de leisure, y en portugués al referirnos a la palabra lazer. Los términos Loisir, leisure y lazer tienen un origen etimológico común al venir del latín licere, que significa: ser permitido, poder, tener derecho.
Con todo lo anterior intentamos expresar el dilema que se nos presenta al no tener, en Latinoamérica de habla hispana, un concepto claro que exprese y englobe esta realidad social que está constituida por el ocio, el tiempo libre y la recreación. Situación que claramente genera profundas confusiones teóricas necesarias de ir siendo resueltas a futuro.
Paralelamente, en la América del Sur el “lazer” es comprendido por muchos estudiosos brasileños como un campo relativo a la vivencia de actividades culturales, en un tiempo/espacio disponible para eso y con una actitud asumida por las personas en este tipo de experiencia –actitud marcada por un sentimiento de libertad (más allá de que sea solo imaginaria), impulsada por la búsqueda de la satisfacción y comprometida con el disfrute del momento vivido (Gomes, 2004).
Esta es una de las interpretaciones posibles frente a este campo que engloba el tiempo libre, el ocio, la recreación y actividades afines. En Brasil este campo ha sido llamado “lazer” y muchas son las investigaciones que vienen siendo desarrolladas sobre la temática.
Obviamente, es necesario comprender los contextos en los cuales es entendido este concepto, ya que no existe uniformidad frente al tema del ocio y su vinculación con el trabajo, lo que es vivido de maneras distintas según las diversas culturas, estratos sociales, estilos de vida, valores y creencias que se tengan.
Destacamos que no se trata imponer un nuevo concepto, ni de quedar presos en la noción de ocio, que como hemos visto lo banaliza y subvalora, ni tampoco en el activismo que generalmente está asociado a la recreación. Por lo cual consideramos que uno de los muchos desafíos pendientes será el buscar fundamentos que permitan reconocer, comprender y sistematizar los conocimientos sobre las prácticas latinoamericanas cotidianas de tiempo libre, ocio, recreación y temas afines. Por lo anterior consideramos que es justamente este campo, del tiempo y su uso, el que requiere de ser profundizado críticamente, por tratarse de una realidad cambiante y emergente en el contexto latinoamericano actual.
Por último creemos importante resaltar el desafío de continuar repensando estas temáticas en el contexto latinoamericano, pues el asunto es inagotable y sin duda puede colaborar con la urgente necesidad de humanización de nuestras sociedades actuales. Es por esto necesario e imprescindible encontrar nuevos caminos conceptuales que puedan aportar en la construcción de un proyecto de sociedad comprometido con la emancipación del ser social y con la concretización de sus utopías.
Notas
* Universidad Federal de Minas Gerais, Centro de Estudios de Lazer y Recreación (CELAR). Belo Horizonte, Brasil. Coordinadora de Maestría Interdisciplinaria en Lazer – Tiempo libre, ocio y recreación. E-mail: chrislucegomes@gmail.com
** Universidad Bolivariana, Instituto del Trabajo, la Seguridad Social y la Empresa (TRASSE). Santiago de Chile. E-mail: roelizalde@gmail.com
1 En este artículo algunas citas fueron traducidas de las obras originales que están en portugués para facilitar la comprensión del lector.
2 La globalización es una idea bastante difundida en los grandes centros urbanos, pero no viene siendo procesada de manera uniforme y homogénea en todas las realidades. En muchos municipios, villas y comunidades aún se observa un modo de vida bastante peculiar, con sus dilemas y alcances locales y específicos, distintos de la realidad verificada en las grandes metrópolis globalizadas (Dowbor, 1996).
3 El funcionalismo es una teoría pauteada en la búsqueda de la armonía y del equilibrio social. Así, se evita el reconocimiento, el enfrentamiento y el posicionamento frente a las tensiones, conflictos y contradicciones manifestadas en nuestra sociedad (Padilha, 2003).
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