José Mario Zavaleta (especial para ARGENPRESS.info)
A treinta días de las elecciones para presidente que colocan al país en vilo en medio de las campañas de los dos candidatos posibles, luego del retiro vergonzoso de los minoritarios y que aún continúa provocando reacciones y consecuencias, pareciera que se intenta ocultar la vida real de los salvadoreños, aprovechando las cortinas mediáticas vinculadas a la contienda electoral, la propaganda negra y populista, y la peregrinación de mercenarios extranjeros traídos para convencer a sectores de la población para que no voten por el partido de izquierda; sin embargo no se ha podido evitar que los hechos golpeen a la conciencia de aquellos que se resisten a ser alineados a esta especie de circo distractor.
Hace unos días un titular de la Prensa Gráfica afirmaba que tan sólo el pasado diez de febrero habían sido asesinadas diecisiete personas, en un país donde la media es de diez a doce muertes violentas por día, aunque la policía calcula que durante el mes de enero el promedio fue de trece. El Salvador es considerado, entre unos ochenta y tres países en los cinco continentes, el de mayor tasa de asesinatos, y que según la OMS, Organización Mundial de la Salud, ronda por los cincuenta por cada cien mil habitantes. Este elemento y la evidente alza en el número de muertes violentas que de nuevo estremecen a los salvadoreños, luego de una reducción experimentada en los últimos meses del año pasado, ha provocado muestras de alarma en representantes de la gran empresa como factor perjudicial para el desempeño económico del país, que poco a poco de hunde en los efectos de la crisis financiera internacional, pero también proveniente de una endémica situación interna de deterioro en los años previos.
Además, esta semana la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES), el llamado tanque de pensamiento de la derecha gobernante, ha afirmado que el crecimiento económico del país fue de dos coma sesenta y cinco por ciento, dato que contrasta con el informe gubernamental proporcionado a finales del año pasado, cuando el gabinete económico del Ejecutivo informó que el país creció tres coma dos por ciento. Así mismo, un especialista económico internacional ha sugerido en estos días que El Salvador entrará en una desaceleración este año como consecuencia de la crisis financiera mundial.
Al margen de las interpretaciones que diferentes funcionarios o dirigentes empresariales le han dado un carácter coyuntural a la situación – como sugerir que las dificultades que se enfrentan son debidas a la incertidumbre ocasionada por las elecciones del quince de marzo – y que pronto irán desapareciendo a medida que el dinero del millonario préstamo al gobierno aportado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sea efectivo, que podría suceder después de los comicios; se confirma la tendencia a no reconocer que hay una crisis, y que todo es exógeno o transitorio, la clásica conducta del avestruz.
Sin embargo, el desempleo es mayor, y ya se mencionan cifras de más de veinte mil plazas perdidas en los últimos tres meses, dato que no dice tanto como en otros países desarrollados que cuentan cientos de miles; sin embargo, en un país donde casi el ochenta por ciento de su población económicamente activa ya está desempleada, sumergida desde hace años neoliberales en el subempleo y la llamada economía informal, la realidad terrible estaría en aparecer si en el casi veinte por ciento del que aún goza del empleo decente, comienza a experimentar su merma por las dificultades que las empresas enfrentan al no contar con créditos para la producción y la falta de liquidez. Es decir, en El Salvador no sólo cuenta quién será su próximo presidente, sino cómo afectará a su población el efecto de esa mano invisible del mercado especulador, sobre todo si no cuenta con un estado que vele por su protección.
A treinta días de las elecciones para presidente que colocan al país en vilo en medio de las campañas de los dos candidatos posibles, luego del retiro vergonzoso de los minoritarios y que aún continúa provocando reacciones y consecuencias, pareciera que se intenta ocultar la vida real de los salvadoreños, aprovechando las cortinas mediáticas vinculadas a la contienda electoral, la propaganda negra y populista, y la peregrinación de mercenarios extranjeros traídos para convencer a sectores de la población para que no voten por el partido de izquierda; sin embargo no se ha podido evitar que los hechos golpeen a la conciencia de aquellos que se resisten a ser alineados a esta especie de circo distractor.
Hace unos días un titular de la Prensa Gráfica afirmaba que tan sólo el pasado diez de febrero habían sido asesinadas diecisiete personas, en un país donde la media es de diez a doce muertes violentas por día, aunque la policía calcula que durante el mes de enero el promedio fue de trece. El Salvador es considerado, entre unos ochenta y tres países en los cinco continentes, el de mayor tasa de asesinatos, y que según la OMS, Organización Mundial de la Salud, ronda por los cincuenta por cada cien mil habitantes. Este elemento y la evidente alza en el número de muertes violentas que de nuevo estremecen a los salvadoreños, luego de una reducción experimentada en los últimos meses del año pasado, ha provocado muestras de alarma en representantes de la gran empresa como factor perjudicial para el desempeño económico del país, que poco a poco de hunde en los efectos de la crisis financiera internacional, pero también proveniente de una endémica situación interna de deterioro en los años previos.
Además, esta semana la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES), el llamado tanque de pensamiento de la derecha gobernante, ha afirmado que el crecimiento económico del país fue de dos coma sesenta y cinco por ciento, dato que contrasta con el informe gubernamental proporcionado a finales del año pasado, cuando el gabinete económico del Ejecutivo informó que el país creció tres coma dos por ciento. Así mismo, un especialista económico internacional ha sugerido en estos días que El Salvador entrará en una desaceleración este año como consecuencia de la crisis financiera mundial.
Al margen de las interpretaciones que diferentes funcionarios o dirigentes empresariales le han dado un carácter coyuntural a la situación – como sugerir que las dificultades que se enfrentan son debidas a la incertidumbre ocasionada por las elecciones del quince de marzo – y que pronto irán desapareciendo a medida que el dinero del millonario préstamo al gobierno aportado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sea efectivo, que podría suceder después de los comicios; se confirma la tendencia a no reconocer que hay una crisis, y que todo es exógeno o transitorio, la clásica conducta del avestruz.
Sin embargo, el desempleo es mayor, y ya se mencionan cifras de más de veinte mil plazas perdidas en los últimos tres meses, dato que no dice tanto como en otros países desarrollados que cuentan cientos de miles; sin embargo, en un país donde casi el ochenta por ciento de su población económicamente activa ya está desempleada, sumergida desde hace años neoliberales en el subempleo y la llamada economía informal, la realidad terrible estaría en aparecer si en el casi veinte por ciento del que aún goza del empleo decente, comienza a experimentar su merma por las dificultades que las empresas enfrentan al no contar con créditos para la producción y la falta de liquidez. Es decir, en El Salvador no sólo cuenta quién será su próximo presidente, sino cómo afectará a su población el efecto de esa mano invisible del mercado especulador, sobre todo si no cuenta con un estado que vele por su protección.
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