martes, 21 de abril de 2020

El trabajo informal y el Ingreso Familiar de Emergencia, ¿Puede ser un paso en la dirección de una Renta Básica Universal?


La crisis que ha desatado la pandemia del COVID 19 está trayendo efectos y secuelas en la economía de unas proporciones difícilmente vistas por nuestras generaciones y pienso que aún no terminamos de dimensionar y ver toda su magnitud. En este contexto la acción del Estado y las políticas públicas cobran una importancia tal, que incluso, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Incluso llegan a plantearse el falso dilema entre salud de las personas y el mantener la economía funcionando, digo falso pues ambos tienen efectos profundos y no se puede poner a un mismo nivel la preservación de la salud de la población con otros considerandos.
En lo que si existe consenso (espero) es en la necesidad de actuar con celeridad, durante el reciente mes, la prioridad ha sido el empleo formal, mediante la promulgación de la ley de protección de empleo que ha implicado la generación de una alternativa para que el trabajador pueda hacer uso de su seguro de cesantía, sin que implique temporalmente el término de la relación laboral. A este mecanismo se han adherido a mediados de abril 56.986 empresas, lamentablemente, este no ha sido el mecanismo de apoyo a las PYMES del que se hablaba al momento en que el Gobierno presentó esta iniciativa, puesto que, una vez iniciada su aplicación, reconocidas grandes empresas han usado este mecanismo afectando un total de 786.790 personas (según los datos dados a conocer la semana pasada por el Ministerio del Trabajo y que anunciaron sobre la marcha, que era una cifra en revisión). Si a esto le sumamos cerca de 300.000 personas con carta de despido, se configura un sombrío escenario en el cual, sobre un millón de empleos serían el efecto inicial de esta crisis.
Pero, el empleo formal no es el único que hoy se ve afectado, esta crisis ha permitido también hablar de otro segmento usualmente invisible para el ámbito público, me refiero a los trabajos informales y los trabajos a honorario. Ambas categorías, hasta ahora, se encuentran excluidas de las medidas adoptadas para el trabajo formal asalariado.
Ciertamente es primera vez, desde la decisión del INE del año 2017, cuando se adoptó una definición de trabajo informal (de las múltiples existentes) y se comenzó su medición dentro de las encuestas de empleo. Esto permite estimar que un 27% de la población ocupada lo hace de manera informal, es decir, no está sujeta a contrato de trabajo, o no cuenta con iniciación de actividades.
La falta de registro dentro de este heterogéneo grupo lo hace invisible a los registros públicos. Vale la pena detenernos un minuto en quienes son estos trabajadores informales: Personas que se dedican esporádicamente a ventas diarias de subsistencia (coleros, ambulantes, productores de comidas, entre una amplia lista de ocupaciones precarias); artesanos, emprendedores embrionarios y variados tipos de trabajos por cuenta propia, dentro des tos últimos, podemos encontrar a quienes participan de la economía de plataformas (servicios de transporte y de entrega de productos).
Pero sin ir más lejos, también encontramos en este grupo un número importante de personas asalariadas, que no cuentan con un contrato de trabajo escrito, trabajadoras de casa particular, labores agrícolas, actividades comerciales, etc. Estos se estiman en un 30% del total de los asalariados dependientes.  
En suma, el trabajo informal lo constituyen una enorme variedad de actividades que sólo tienen en común la falta de cumplimiento total o parcial de normativas laborales, tributarias o sectoriales. Por lo tanto, el desafío político y técnico radica en el diseño mecanismos para llegar a este segmento de la población y de la economía.
Ante la imposibilidad práctica de poder registrar y medir las características de este grupo como condición para realizar una trasferencia de recursos, las opciones que quedan son las aplicaciones de una modalidad de transferencia no condicionada.
Es en este momento en que vale la pena mirar las lecciones que nos han dejado las experiencias de aplicación de una Renta Básica Universal, existen varias experiencias aplicadas de manera piloto en distintas latitudes del planeta - ninguna de ellas aplicada en medio de una pandemia – pero debemos considerar que ya existen políticas que contribuyen a este objetivo, se cuenta con un salario mínimo, y más recientemente con el Subsidio al Ingreso Mínimo Garantizado, que se encuentra próximo a ser promulgado.
Si no se aplica un modelo de subsidio universal, cobran relevancia las condiciones de borde, pues se puede generar una inequidad importante, con algunos grupos igualmente necesitados de apoyo, tales como los emprendimientos emergentes que han decidido formalizarse, decisión que no debe tornarse en un lastre para quienes lo han hecho.
En este contexto, el anuncio del proyecto Ingreso Familiar de Emergencia es un anuncio en la dirección correcta y deberá con celeridad, pero su efectividad dependerá de definiciones sobre la suficiencia de los montos a transferir, la extensión de la transitoriedad, el nivel de focalización (anunciado entre un rango de un 60% y 40%) y del gradiente de decrecimiento que se adopte. Todas ellas decisiones técnicas, pero también políticas.
Es de esperar que esta propuesta se materialice a la brevedad ya que, a diferencia de las grandes empresas, e incluso, a diferencia de las PYMES consolidadas, el horizonte de generación de sus ingresos se cuenta en semanas, e incluso, día a día.



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