La ONU, RD y Haití
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) está que no cabe en sus fueros por la satisfacción que siente por lo que ese organismo considera plausible comportamiento dominicano, por lo humanitario, con los haitianos afectados por el terrible terremoto de hace unos meses. Me parece muy bien. Tanto el comportamiento humanitario dominicano como la actitud de reconocimiento de la ONU para con este país.
¿Reconocimiento, dije?
Siempre ha habido un público que ha considerado que organismos como la ONU sólo sirven para eso, para acciones burocráticas que no conducen a ninguna solución de los grandes problemas de la humanidad. Tienen derecho, y hasta justificación y se explican muchas veces, quienes así piensen. Yo no pienso así, aunque mantengo mis críticas hacia la ONU.
La República Dominicana no necesita reconocimiento alguno de parte de la ONU, mientras ese reconocimiento no pase de un mero piropo o formulismo burocrático. Los dominicanos necesitamos con urgencia que el mundo reconozca y todo quien pueda ayudar entienda, que la carga humana que significan los haitianos para nuestro país se hace cada día más insoportable y hasta dañina para nuestra estabilidad y desarrollo.
Y esto es así, no por el hecho mismo en sí. Cualquier país fronterizo con mayor desarrollo que sus vecinos está obligado a arrimar el hombro a favor de las necesidades del amigo fronterizo. Lo que pasa es que para que esto suceda sin perjuicio del samaritano que decida practicar el humanismo, como dice la ONU que lo estamos haciendo los dominicanos con los haitianos, hay que poner cierto orden.
Y no hay orden en este caso. No hay orden, porque en República Dominicana no hay gobierno responsable en la actualidad. No frente al caso haitiano, sino que la responsabilidad es un artículo que nuestro gobierno no sabe dónde adquirirlo, a juzgar por el caos institucional reinante en esta nación.
¿Quién puede afirmar, fehacientemente, que sabe el número de haitianos que pululan por doquier en territorio dominicano? La economía informal, o como se llame, está totalmente en manos haitianas que viven entre nosotros sin ningún control migratorio.
Los puestos de venta de frutas, guineos y paleteros, son de haitianos. Los coqueros y tricicleros de los barrios, son haitianos. La seguridad de los portones de edificios y residenciales urbanos están en manos de haitianos indocumentados. Ya no se trata de la irresponsabilidad y oportunismo tradicional de los ingenieros que se valen de estos inmigrantes explotándolos por su condición de ilegales. Ya no se trata de los dueños de fincas que en los campos refugian a los haitianos indocumentados para pagarles irrisoriamente menos que a los dominicanos. Es que los limpiadores de los vidrios de los vehículos en las esquinas y semáforos, son haitianos ilegales. Están a la vista de todo el mundo los grupos de menores, niños y niñas que hablan creol y patuá entre ellos, al tiempo que piden limosnas y hacen diabluras. Los crímenes, atracos, riñas y asaltos en parques y lugares de recreo son protagonizados cada vez con mayor frecuencia por haitianos ilegales. El 30 por ciento del presupuesto nacional dedicado a la salud pública es consumido por haitianos ilegales que llegan a los hospitales a parir y a pedir otras asistencias que reciben de buen grado. Todo eso está a la vista de nuestras autoridades públicas a quienes les resulta muy cómodo hacerse de la vista gorda. No se trata de que no queremos a los haitianos junto a nosotros. No se trata de xenofobia, ni de racismo.
Es que en República Dominicana, para que sea tal, tiene que existir un mínimo de disciplina ciudadana que nos permita vivir en paz. Los haitianos pueden estar aquí, podemos ayudarlos, somos solidarios con Haití, pero pongámoslos en orden entre nosotros. Es verdad que esa fuerza de trabajo es muy útil para la economía nacional y su estabilidad, pero hagamos las cosas en orden, a favor, incluso, de los mismos haitianos a quienes queremos ayudar.
Que el gobierno no sea un ente irresponsable que esté atento sólo a que la ONU lo aplauda, en la persona de un Presidente de la República que vuela muy por encima de esos problemas cardinales. Tal vez, porque es mejor pescar en mar revuelto, según el viejo adagio.
Arreglemos este asunto de los haitianos en territorio nacional, antes de que se nos haga tarde.
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