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Atenas, (dpa) - "Ante la crisis, cerrar los ojos e irse de vacaciones. Lo que suceda después del verano es inevitable", dice Kostis Voyatzis, un griego de 56 años, mientras espera junto a su familia en el puerto de El Pireo abordar un ferry rumbo a las islas del Egeo.
Para sus vacaciones cuenta este año con un presupuesto significativamente menor. Y con menos tiempo. "Sólo ocho días. No podemos permitirnos más", afirma. Hasta hace apenas dos años, se tomaba por lo menos dos pausas por año, de tres semanas cada una, junto a su mujer y su hijo.
"Era la época dorada de la alegría de ser griego en Grecia", dice con nostalgia. Eso es cosa del pasado; ahora los griegos tienen que ajustarse el cinturón para evitar que su país caiga en bancarrota.
El enorme déficit fiscal obliga a ahorrar 30.000 millones de euros hasta el año 2012. Los salarios se recortan y el impuesto al valor añadido pasó del 19 al 23 por ciento. Sólo los impuestos al tabaco y las bebidas alcohólicas aumentaron tres veces en corto tiempo.
Pero el ferry no va a zarpar. Los marineros se declararon sorpesivamente en huelga. "Queremos más dinero", gritan mientras bloquean los accesos a los barcos. Resignados, los turistas se retiran con sus maletas. "Regresaremos mañana", dice Voyatzis.
Camino a casa, las portadas de los periódicos sensacionalistas disparan frases como "La hora de la verdad llega en septiembre". Otros profetizan para el otoño griego "huelgas violentas y disturbios de magnitud inédita".
"Si les creemos, no queda más que empacar y emigrar", dice un transeúnte. Así lo han hecho algunos jóvenes griegos con buena formación. Como el ingeniero químico Aris Ioannidis, de 30 años, y su novia arquitecta. Ambos viven en Milán, en el norte de Italia, y planean quedarse.
"Aquí encontramos trabajo y ganamos razonablemente", dice Aris. En Grecia eran apenas 700 euros, y su novia estaba desempleada. "Así no se puede formar una familia", afirma.
Grecia no vivió en julio grandes huelgas. "Tuvimos seis grandes paros desde principios de año. No se puede hacer todo el tiempo, pero lo haremos otra vez", anunció el secretario general del sindicato de empleados estatales ADEDY, Ilias Iliopoulos.
Muchos griegos temen que el coletazo más duro de la crisis se sienta recién en septiembre. Que las huelgas generales y los disturbios se hagan realidad cuando se conozca el verdadero alcance del programa de ahorro. Y que pasado el verano, cuando los turistas se vayan, haya una catarata de despidos.
Los socialistas en el gobierno intentan aplicar la amarga medicina ordenada por la Unión Europea (UE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Por primera vez desde la creación de la Grecia moderna, en 1832, el Estado ha hecho un censo de sus empleados. Hasta el viernes pasado eran 750.000. Una cantidad considerable, teniendo en cuenta que en Grecia viven once millones de personas, entre ellas un millón de extranjeros.
El gobierno griego espera que el nuevo inventario de empleados públicos sirva para utilizar sus servicios de forma más eficiente. Por el momento no habrá nuevas contrataciones. Y los inspectores fiscales van tras las huellas de los que viven a todo lujo y navegan yates de 30 metros pero declaran ganar apenas 10.000 euros al año.
"Espero que la economía informal pase a la legalidad. Eso podría salvarnos", dice el presidente del sindicato del sector privado GSEE, Giannis Panagopoulos. Se estima que la economía sumergida de Grecia alcanza el 40 por ciento de la oficial. Panagopoulos cree que puede ser incluso mayor. "Si todos los evasores fiscales pagaran, no estaríamos al borde de la bancarrota".
El gobierno del primer ministro Giorgos Papandreu parece decidido a tener éxito, pero su lucha tiene varios frentes. Los controles de los expertos del FMI, la UE y el BCE reflejaron que Grecia va por la senda correcta, pero que la crisis está lejos de terminar. Los sistemas de salud pública y previsional están hundidos en el caos. Los médicos siguen siendo sobornados y las empresas farmacéuticas venden sus medicamentos a los hospitales griegos por valores tres o cuatro veces superiores a lo normal.
Ante este panorama, es comprensible que los ánimos no estén por los cielos. "Pero no estamos deprimidos", aclara Tolis Nikolaou, dueño de un bar en Atenas.
"El vino Retsina sigue siendo muy barato, igual que el Ouzo (licor a base de uvas y anís). Cuando voy a la próxima taberna, se acaba la crisis. Nos reímos junto a los amigos de nosotros mismos. Ésa es la mejor medicina contra la crisis. Nuestro verano es dulce, y nadie nos puede quitar eso", dice mientras la suave brisa del mar acaricia la ciudad.
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