S egún el INE, en 2009 el sector infor- mal de la economía generaba un 44,8% de los empleos y cerca de un 15% del PIB. Es interesante comparar con el sector petrolero, que no genera más del 20% del PIB y crea menos del 2% de los empleos.
Una gran parte de la actividad económica informal se desarrolla en la ciudad "formal".
Podemos palpar su vital dinamismo mirando la cantidad de buhoneros y tarantines que se despliegan en aceras y plazas, o los ejércitos de vendedores que deambulan en el tráfico, esquivando mototaxis o compartiendo esquinas y semáforos con malabaristas de precario arte y limpiadores de parabrisas.
También están los fiscales improvisados, los hacedores de cola a las tres de la mañana en el Registro, los que alquilan sillas en las filas del Seguro Social, o prestan celulares, los que cuidan carros o te consiguen un puesto para estacionar, entre muchos otros.
La gente busca subsistir con una fuerza vital que desborda las leyes. Se inventan su propio oficio, generan su propio empleo. Cuando el gobierno no es capaz de garantizar servicios públicos mínimos, fuentes de empleo estables y condiciones de vida aceptables, la economía informal consigue su espacio y florece espontáneamente.
Poco se conocen las actividades económicas que se desarrollan en los barrios, en la ciudad "informal". Un 80% de la población vive en ranchos, en asentamientos marginales, donde los servicios públicos son inexistentes o precarios.
Allí, donde está la mayor parte de los consumidores y un mercado inexplorado, abundan las iniciativas de emprendimiento. Iniciativas que ponen en evidencia el ingenio de la gente para subsistir y mejorar su calidad de vida en condiciones muy difíciles. Un potencial desperdiciado. Una riqueza por explorar y canalizar.
Conocí a Betzabé. Vive en un cerro de Petare y tiene 10 lavadoras de alquiler. Cuando hay luz y llega el agua (2 o 3 veces por semana), mucha gente la llama.
Ya es una figura conocida en el barrio: una negra fuerte que monta su lavadora en su carretilla y bambolea su carga escaleras arriba y escaleras abajo para prestar sus servicios a quien los solicite. Alquila cada lavadora por 24 horas, por un monto de Bs. 25.
Más abajo hay otra señora que las alquila por Bs. 30. "Es más caro, y ella es menos simpática", dice la gente. Además, si hay alguna avería, Betzabé sabe reparar sus máquinas, y siempre tiene un poquito de jabón en polvo y una sonrisa, por si la gente le pide ñapa.
Los emprendedores de barrio tienen poco o ningún acceso a crédito.
Les es muy difícil arrancar su negocio.
Pero también en eso son ingeniosos y vencen todas las barreras. Betzabé es colombiana. Tiene una madre enferma y una hija pequeña en Cartagena. Las remesas de Cadivi le sirvieron para comprar las primeras lavadoras. Pero ahora es un negocio que se mantiene solo. "¡La ley de la oferta y la demanda!", dice con su risa franca.
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