martes, 26 de enero de 2010

REFUGIO LIBERAL: Peter Bauer

REFUGIO LIBERAL: Peter Bauer

por Ian Vásquez

Ian Vásquez es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute. Aquí puede obtener el estudio en formato PDF.


Peter Bauer (1915-2002) fue un precursor y un gigante en el campo de la economía del desarrollo. Sus aportes a la comprensión del progreso económico, que comenzaron en la década de 1940 mediante estudios sobre la industria del caucho de Malaya, abarcaron más de cinco décadas y abordaron algunas de las cuestiones centrales del desarrollo, muchas de las cuales no se consideraban importantes en esa época.

De acuerdo con Amartya Sen (2000, ix, xi), “Peter Bauer está en una categoría aparte como un economista sobresaliente. La originalidad, la fuerza y la gran influencia de sus obras son asombrosas… [Es] uno de los grandes arquitectos de la economía política”. En 1984, el Banco Mundial publicó un volumen de ensayos de diez importantes expertos en desarrollo de la posguerra (Meier y Seers 1984), donde figura Bauer entre pensadores de la talla de Arthur Lewis, Paul Rosenstein-Rodan y Gunnar Myrdal.

No obstante, ese nivel de reconocimiento de sus pares no fue la regla general durante la mayor parte de la trayectoria de Bauer. Peter Bauer fue una “voz en el desierto”1 entre algunas otras, en gran medida porque encaró prácticamente solo su reto a la ortodoxia en materia de desarrollo que sostenía como principios fundamentales la planificación centralizada, el ahorro forzoso, el proteccionismo y la ayuda internacional oficial. Quizá más ilustrativa del modo de pensar de los economistas resulte la descripción que hizo Walt Rostow (1990, 386) de Bauer, al definirlo como un “moscardón neoclásico” cuya función fue servir como “abogado del diablo” en los complejos temas que estudiaban otros economistas especializados en desarrollo.

El éxito de las economías de Asia Oriental orientadas hacia el exterior y el fracaso de la planificación del desarrollo, en general, reivindicaron las opiniones de Bauer. Desde la perspectiva del siglo XXI, es fácil olvidar que la ortodoxia en el área del desarrollo conservó su posición dominante hasta mucho tiempo después de que se comprobaron con creces sus fallas. Por ejemplo, todavía en 1985, el primer ministro de la India Rajiv Gandhi (1985) —quien sería el primero en introducir reformas de mercado en India a fines de la década de 1980— escribió que, pese a los grandes problemas en la recopilación y el análisis de los datos, “puede que la solución estribe en mejorar las herramientas de recopilación y análisis de datos más que en abandonar la iniciativa de planificación propiamente dicha”. Sin duda, Bauer no se habría sorprendido de que el dirigente político del país que había ejemplificado el camino hacia el desarrollo defendido por la ortodoxia de la posguerra continuara sometido a la tentación de la planificación a pesar de décadas de funesto desempeño. La inercia institucional y los intereses creados explican aquella primera postura de Gandhi.

Es más difícil entender por qué los intelectuales y, en particular, los economistas tardaron tanto tiempo en adoptar ideas más liberales de mercado como guía de políticas en los países en desarrollo. Y menos comprensible aún es la razón por la cual, en la era poscomunista, a menudo los economistas siguen dejando de lado o marginando los aportes de Bauer.

Un ejemplo de tal omisión es un artículo de investigación sobre política comercial y desarrollo elaborado por Anne Krueger (1997), publicado en American Economic Review:

La mejora en los niveles de vida, la esperanza de vida y las perspectivas de crecimiento económico en los países en desarrollo se cuenta entre las historias de éxito más importantes desde la Segunda Guerra Mundial. En algunos países el crecimiento ha sido exorbitante y, si bien el progreso dista mucho de ser uniforme, hay razones para confiar en que las perspectivas para el futuro pueden incluso superar el desempeño registrado hasta hoy.

Uno de los factores que explican ese éxito es la mayor comprensión y adopción de políticas económicas mucho más propicias al crecimiento económico satisfactorio que en las décadas de 1950 y 1960. A su vez, esa mayor comprensión fue el resultado de la combinación y la interacción de la investigación y la experiencia con el desarrollo y las políticas de desarrollo.

Las ideas respecto de la política comercial y al desarrollo económico figuran entre las que han experimentado cambios radicales. Entonces, como ahora, se reconocía que la política comercial era fundamental para un diseño general de políticas de desarrollo económico. Sin embargo, al principio existía un consenso general respecto de que la política comercial para el desarrollo debía estar basada en la “sustitución de importaciones”. Ello significaba que era necesario comenzar la producción nacional de bienes que compitieran con las importaciones y luego ir aumentándola a fin de satisfacer el mercado interno con la aplicación de incentivos mediante el nivel necesario de protección contra las importaciones, cualquiera fuera éste, aun la prohibición de importar. Se pensaba que la sustitución de importaciones en los productos manufacturados sería un sinónimo de industrialización, la cual a su vez era considerada la clave del desarrollo.

La diferencia con respecto a las ideas actuales es llamativa. Hoy en día se acepta ampliamente que las perspectivas de crecimiento de los países en desarrollo se acrecientan en forma considerable mediante un régimen comercial orientado hacia el exterior e incentivos uniformes (sobre todo a través del tipo de cambio) a la producción de artículos de exportación y bienes destinados a competir con las importaciones. Algunos países han alcanzado altas tasas de crecimiento gracias a estrategias comerciales orientadas hacia el exterior. En varios países ya se están poniendo en práctica iniciativas de reformas de políticas que eliminan la protección y que adoptan una estrategia comercial orientada hacia el exterior. En general se cree que la sustitución de importaciones, como mínimo, cumplió su vida útil y que la liberalización del comercio y de los pagos es crucial tanto para la industrialización como para el desarrollo económico. Si bien se necesitan además otros cambios en materia de políticas, la modificación de la política comercial constituye uno de los ingredientes esenciales para que puedan abrigarse esperanzas de una mejora del desempeño económico.

Krueger se pregunta luego cómo surgió este cambio en las políticas y “cuál fue el aporte de los economistas y de sus trabajos de investigación al proceso”. Por supuesto, los trabajos de Krueger jugaron un papel clave en la defensa de los regímenes comerciales más abiertos para los países en desarrollo, junto con los de otros importantes economistas como Jagdish Bhagwati, Ian Little y T. N. Srinivasan, a quienes cita. Sin embargo, Krueger no menciona a Bauer. En un ensayo relacionado que versa sobre la experiencia del desarrollo, Krueger examina los aportes de numerosos expertos en desarrollo importantes, sin mencionar a Bauer tampoco allí (Krueger 1995).

Principales obras de Peter T. Bauer

“The Working of Rubber Regulation”, The Economic Journal, 1946.
“Economic Progress and Occupational Distribution”, con Basil S. Yamey. The Economic Journal, 1951.
The Rubber Industry: A Study in Competition and Monopoly. Longmans, Green & Co., 1948.
“Reduction in the Fluctuations of Incomes of Primary Producers”, con F. W. Parish. The Economic Journal, 1952.
West African Trade: A Study of Competition, Oligopoly and Monopoly in a Changing Economy. Cambridge University Press, 1954.
The Economics of Under-developed Countries, con Basil S. Yamey. Cambridge University Press, 1957.
Economic Analysis and Policy in Underdeveloped Countries. Cambridge University Press, 1957.
United States Aid and Indian Economic Development. American Enterprise Association, 1959.
Indian Economic Policy and Development. Allen & Unwin, 1961.
Markets, Market Control and Marketing Boards, con Basil S. Yamey. Weidenfeld & Nicolson, 1968.
“Economic History as Theory”. Economica, 1971.
Dissent on Development: Studies and Debates in Development Economics. Harvard University Press, 1972.
Equality, the Third World and Economic Delusion. Harvard University Press, 1981.
“Remembrance of Studies Past: Retracing First Steps”. En Pioneers in Development Economics. Oxford University Press, 1984.
Reality and Rhetoric: Studies in the Economics of Development. Harvard University Press, 1984.
“Creating the Third World: Foreign Aid and its Offspring”. Journal of Economic Growth, 1987.
The Development Frontier: Essays in Applied Economics. Harvard University Press, 1991.
From Subsistence to Exchange and Other Essays. Princeton University Press, 2000.

Krueger no es la única que margina a Bauer. Otro ejemplo (si bien pueden mencionarse muchos) es la reseña de 30 páginas de Jean Waelbroeck sobre los tres volúmenes del Handbook of Development Economics, publicada en World Bank Economic Review (Waelbroeck 1998). Waelbroeck estudia las conclusiones de los tres volúmenes (que incluyen el artículo de Krueger de 1995) y promete identificar “áreas de la economía del desarrollo que no se contemplan allí”, pero no cita a Bauer. Sólo 7 de los 46 artículos del Handbook citan a Bauer.

De hecho, una búsqueda bibliográfica en American Economic Review desde 1911 (fecha de su aparición) hasta 2004 arroja sólo siete artículos que citan a Bauer y tres reseñas de libros en las que se lo cita.2 Los artículos de las publicaciones internas del Banco Mundial, World Bank Economic Review (desde 1986 hasta enero de 2007) y World Bank Research Observer (desde 1986 hasta 2006) citan a Bauer sólo en seis oportunidades. (Al final de este artículo, en el Apéndice 1, se encuentra un enlace que remite a un archivo de Excel donde se detallan estos resultados de la búsqueda).

La omisión es doblemente llamativa porque Bauer no sólo fue uno de los primeros en abordar muchas de las cuestiones principales del desarrollo sino que además examinó las posibles causas de lo que denominó el “consenso espurio” en materia de desarrollo económico. Es más, a lo largo de su trayectoria, Bauer (2000, 15) señaló en forma reiterada una “desatención generalizada a la realidad manifiesta” en su campo, hasta señalar incluso que “Avances impresionantes coexistían con una retrogresión alarmante”. Entre los avances se contaban los aportes a la teoría del comercio internacional y la economía de los derechos de propiedad y el reconocimiento de los costos de transacción. Los desaciertos comprendían el no tener debidamente en cuenta los principios económicos fundamentales, las confusiones conceptuales, las metodologías pretenciosas y la falta de observación directa. Parte de lo que preocupaba a Bauer respecto de los economistas —la excesiva dependencia respecto del análisis formal y la matematización de la disciplina— aún persiste y puede contribuir a explicar por qué quienes llegan a los mismos razonamientos y prescripciones generales de políticas que él no lo toman en cuenta.

La perspectiva de Bauer sobre el desarrollo

El análisis de Bauer sobre las políticas económicas y el desarrollo se inspiró en gran medida en una visión bien definida acerca del significado del desarrollo, a la que le dio forma al comienzo de su carrera profesional:

Considero que la ampliación del rango de opciones, esto es, el aumento del espectro de alternativas efectivas a disposición de las personas, es el principal objetivo y criterio del desarrollo económico; y evalúo una medida principalmente por sus efectos probables en el espectro de alternativas al alcance de los individuos. Ello implica que el proceso por el cual se promueve el desarrollo afecta la evaluación, y de hecho el significado, del resultado. La aceptación de este objetivo significa que asigno importancia, significado y valor a los actos individuales de elección y valoración, incluidas las preferencias temporales del individuo entre el presente y el futuro; e influye mucho en mi postura el desprecio que siento por las políticas o medidas tendientes a aumentar el poder del hombre sobre el hombre, es decir, a aumentar el control de grupos o de individuos sobre sus semejantes (Bauer, 1957, 113-14).

Así, desde el comienzo Bauer expresó un conjunto de valores que guiaron su pensamiento que no trataban con condescendencia a sus sujetos de estudio y que, al mismo tiempo, diferían de las opiniones de quienes apoyaban el amplio intervencionismo estatal en los países en desarrollo. Las ideas de Bauer se encontraban ciertamente en conflicto con las de Myrdal, que creía en un alto grado de planificación centralizada como método para transformar sociedades, instituciones y actitudes y conductas individuales. “El éxito de la planificación para el desarrollo —afirmaba Myrdal (1968, 67)— requiere capacidad para imponer obligaciones a las personas de todos los estratos sociales en mucho mayor medida de lo que se hace en la actualidad en cualquiera de los países de Asia meridional. Además, requiere la rigurosa observación del cumplimiento de las obligaciones, para lo cual la coacción desempeña un papel estratégico”. Autores honestos como Myrdal y Robert Heilbroner (1963, 20-21, 126f) dejaron bien en claro el profundo carácter iliberal de muchas de las políticas favorecidas por el consenso en materia de desarrollo. Esas ideas, desde luego, resultaron en extremo erróneas.

Pero el énfasis de Bauer en la elección personal también lo enfrenta con muchos de sus colegas que suelen justificar las políticas en términos exclusivamente técnicos —por ejemplo, el énfasis en la producción— prestando poca o ninguna atención a las preferencias o a la libertad de elección de las personas afectadas por las políticas en cuestión. Sin duda, la óptica de Bauer lo ubicó en la tradición clásica más que en la neoclásica y, como señala Lal (1987, 45, 46), sus ideas provienen también de una tradición retórica más antigua, lo cual explica la incomodidad que muchos economistas (como Srinivasan) sienten frente a Bauer, si bien llegan a idénticas conclusiones en lo que se refiere a políticas. Según Lal, la retórica de esos economistas para justificar el mercado proviene de la escuela de economía del bienestar “acomodada al lenguaje de Arrow-Debreu”.

Otra característica que distinguió la óptica de Bauer fue su reconocimiento de las limitaciones tanto de los datos estadísticos como del uso de la matemática y lo cuantificable en el estudio del desarrollo. Lo que para la mayoría de los profesionales era y es un indicio de rigor científico para Bauer significaba un énfasis equivocado en factores aparentemente mesurables, como el capital, y la falta de atención a influencias mucho más importantes para el desarrollo, como el contexto histórico y las condiciones del medio. “Ha alimentado la confusión entre lo importante, por una parte, y lo cuantificable (a menudo cuantificable sólo de manera espuria), por la otra” (Bauer 2000, 19).

Lo más relevante es la observación directa y la utilización de fuentes primarias. Esa creencia hizo de Bauer un economista excepcionalmente interdisciplinario, inclinado a basarse en obras de historiadores, contadores de empresas, antropólogos e incluso en relatos de viajeros. Así, sus críticas y su enfoque pueden haberlo enemistado con la mayoría de los economistas aun después de que se formara el tibio consenso pro-mercado. De hecho, hacia el final de su vida, Bauer (2000, 20) continuaría lamentándose: “¿Dónde ha quedado el método tradicional de la observación directa, la reflexión, el rastreo de conexiones, el arribo a conclusiones provisorias y la verificación de esas conclusiones con la observación y con proposiciones establecidas de la disciplina, o bien con conclusiones de disciplinas afines? Tales procedimientos no son menos informativos que el análisis cuantitativo. Por ejemplo, con los métodos tradicionales el economista era mucho más consciente de la brecha entre los conceptos teóricos y la información disponible”.3

Las críticas de Bauer respecto de los modelos de crecimiento reflejan su recelo hacia la excesiva dependencia respecto del análisis formal y continúan en gran medida vigentes en la actualidad. Los modelos de crecimiento pueden haber fomentado el énfasis en el enfoque agregativo y cuantitativo de la economía del desarrollo y además le confirieron visos de rigor a ese tipo de análisis. Pero Bauer (1984, 34) advirtió que los modelos de crecimiento convencionales eran “inútiles y hasta engañosos” porque ignoraban que los parámetros se veían afectados por las variables seleccionadas, las cuales a su vez “carecían de importancia”4 para él. Las actitudes de las personas o la situación política, variables omitidas en los modelos de crecimiento, revisten una importancia mucho mayor para el progreso que el capital existente, y los intentos por aumentar ese capital mediante aranceles, por ejemplo, afectan los parámetros de un modelo e influyen mucho más sobre el desarrollo que cualquier aumento en el capital.

Por lo tanto, los modelos de crecimiento “se vuelven farsas” (Bauer 1972, 285) que se utilizan para justificar políticas erróneas y dejar de lado la observación directa. “Como consecuencia de esta omisión, los economistas dedicados al desarrollo a menudo analizan sociedades, sistemas y situaciones que no conocen: literalmente, no saben de lo que hablan” (Bauer 1972, 289).

Semejantes ideas y retórica no ayudaron a Bauer a ganarse el aprecio de la mayoría de sus colegas y de los organismos que otorgan becas a economistas especializados en desarrollo.5 Sin embargo, las ideas de Bauer sí contribuyen a responder uno de los interrogantes que plantea Krueger (1997, 2) en su artículo sobre la evolución del pensamiento acerca del comercio y el desarrollo: “¿Cómo pudo ocurrir que una rama profesional para la cual el principio de la ventaja comparativa era uno de los principales postulados haya adoptado esas políticas proteccionistas?” Los expertos en desarrollo pasaban por alto principios y hechos importantes porque no observaban cómo vivían realmente las personas en los países en desarrollo. En sus obras, Bauer no sólo discrepó de las conclusiones principales del “consenso espurio”, sino que mostró con frecuencia la brecha existente entre la ortodoxia sobre el desarrollo y la realidad.

No es éste el lugar apropiado para revisar los innumerables aportes de Bauer al debate sobre desarrollo.6 Antes bien, mediante el examen de las cuestiones sobre comercio y desarrollo que destaca Krueger (1997), podemos llegar a comprender mejor el pensamiento de Bauer y el motivo por el cual este autor se apartó de la corriente dominante de su profesión. Las cuestiones generales que destaca Krueger son, entre otras: la conducta de los campesinos, considerada tradicional porque presuntamente ellos no respondían a incentivos de precios; la dependencia de los países en desarrollo respecto de la producción de artículos primarios, dependencia que se vería exacerbada por el libre comercio; y la idea de que la acumulación de capital y la industrialización eran decisivas para el crecimiento.

Las ideas de Bauer sobre el crecimiento y el intercambio

Los primeros aportes de Bauer a la economía del desarrollo incluyen sus publicaciones sobre Malaya (1948) y África occidental (1954).7 En cada uno de estos lugares Bauer permaneció un tiempo considerable y se esmeró por documentar en detalle el papel clave de las poblaciones locales en la rápida propagación de los cultivos comerciales. Bauer logró demostrar cómo los asiáticos y los africanos, por lo general carentes de educación formal, habían transformado las economías de esas regiones en cuestión de décadas. Mientras que en 1885 no había ni árboles de caucho en Malaya ni de cacao en el África occidental británica, Bauer señaló que para la década de 1930 ya había en estos lugares centenares de miles de hectáreas de cultivos comerciales, en su mayoría de propiedad de pobladores no europeos.

Sus investigaciones y observaciones sentaron un acervo académico que desafió la sabiduría popular y estableció sus propios altos estándares metodológicos. Resultó ser que los campesinos de hecho sí adoptaban una mirada a largo plazo al plantar cultivos que tardan años en madurar, eran receptivos a las señales de precios y también respondían a incentivos de mercado. Sus curvas de oferta no se invertían. Más tarde, el estudio de Theodore Schultz (1964) sobre la agricultura tradicional, citado por Krueger (1997), contribuyó a socavar la idea de la falta de respuesta de los campesinos a los incentivos de mercado, pero es probable que Bauer haya sido el primero en demostrar la insensatez de semejante idea.

Al estudiar Malaya y África occidental, Bauer (1954, 3) consideró “necesario restringir rigurosamente las abstracciones e investigar los factores y las influencias que suelen considerarse como elementos institucionales en los estudios económicos modernos (o como información ya dada al economista). Por lo tanto, este trabajo incluye una reseña de algunos factores que suelen omitirse en la mayoría de los libros de texto modernos sobre economía e, incluso, en algunos de los que manifiestamente tratan sobre economía aplicada”. Así, Bauer pudo documentar aspectos del cambio de la producción de subsistencia hacia un mayor intercambio que eran desconocidos u omitidos por los economistas ortodoxos especializados en desarrollo. Elkan (1982, 247) sostiene que los primeros trabajos de Bauer “anticiparon el descubrimiento del ‘sector informal’” y, por su parte, Yamey (1987, 22) afirma: “Creo que [Bauer] fue el primer economista que reconoció el alcance y la importancia económica de lo que luego se llamaría el sector informal”.

Uno de los fenómenos típicamente pasados por alto en los trabajos publicados sobre desarrollo era la función de los comerciantes. Bauer observa que los comerciantes les dan la posibilidad a los agricultores que se dedican a la producción de subsistencia de invertir en producción a fines de comercializarla. Gran parte de la formación de capital adopta la modalidad de inversión no monetaria —por ejemplo, el desbroce y la mejora de las tierras, que requieren esfuerzo personal— que las estadísticas oficiales no reflejan. No obstante, Bauer observó que, en el agregado, esa actividad de los pequeños agricultores era significativa y que su omisión por parte de académicos y responsables de políticas no sólo originó percepciones equivocadas acerca de la actividad económica, sino también políticas deficientes como la aplicación de impuestos a los agricultores, que así desalentaban que ellos se aplicaran a la formación de capital.

De esta manera, Bauer sostuvo desde el comienzo un saludable escepticismo frente a las estadísticas oficiales y refutó la idea generalizada de que el crecimiento requiere de grandes volúmenes de capital. Según Bauer (1987, 6), “La falta de dinero no es la causa de la pobreza: es la pobreza” y tener dinero es la “consecuencia del éxito económico, no su condición previa”. Explicaba (1981, 248) que lo que se necesitaba eran “cambios en las actitudes y las costumbres adversas a la mejora material, la disposición a producir para el mercado en lugar de hacerlo para la subsistencia y la aplicación de políticas gubernamentales apropiadas. La mayor parte de la formación de capital no es una condición previa del progreso material sino que es concomitante con éste. Un ejemplo de ello es la vivienda […] la infraestructura (carreteras, ferrocarriles, etc.) también es una colección de activos y recursos que no preceden al desarrollo ni lo determinan, sino que se desarrollan mayormente en su transcurso”.

En este sentido, Bauer no veía razón alguna por la cual la función del capital pudiera ser diferente en el Tercer Mundo de lo que era en Occidente, donde otros factores tales como las instituciones que sirven de soporte a una economía de intercambio eran las claves del progreso económico. La noción del círculo vicioso de la pobreza resultaba desmentida no sólo por la experiencia de Occidente, cuya condición inicial fue la pobreza, sino por lo que Bauer observaba en el Tercer Mundo. El predominio de la idea del “círculo vicioso” confirmó además la desatención hacia la realidad evidente tan generalizada en su rama de la economía. Su punto de vista sobre el capital también lo llevó a rechazar la ayuda externa como factor esencial para el crecimiento y a criticar los planes de ahorro forzoso, parte vital de la sustitución de importaciones.

También se subestimaban otros aspectos importantes del papel de los comerciantes en la promoción del desarrollo. Los comerciantes en forma periódica otorgaban crédito a pequeños agricultores y servían como intermediarios con los fabricantes y el mundo exterior. Pero los límites que separaban a los agricultores, los comerciantes y los fabricantes a menudo distaban de ser claros, algo que los responsables de las políticas y los economistas especializados en desarrollo solían pasar por alto. Era frecuente que los agricultores fueran a su vez comerciantes y que los comerciantes prósperos llegaran a convertirse en importantes fabricantes. Más aún, los bienes de consumo comprados en el exterior no perjudicaban el ahorro y la inversión, sino que actuaban como incentivos que generaban mayor productividad e inversión. El desarrollo de la agricultura a raíz del comercio resultó complementario del desarrollo de la industria (del mismo modo en que eran complementarios el consumo y la inversión). El no tener en cuenta estos hechos dio por resultado políticas inadecuadas.

Aun así, Bauer se apresuró a señalar que el desarrollo no dependía del desarrollo de la industria manufacturera, el cual a su vez no dependía de la coerción ni de la planificación centralizada. Sostener lo contrario era desconocer la historia económica y confundir correlación con causalidad: “este argumento a favor de la industrialización es, como alguien afirmó alguna vez, análogo a decir que fumar cigarros caros vuelve rica a la gente porque es la gente rica la que fuma cigarros caros” (Bauer 1972, 143).

Bauer procedió a recomendar por qué los países pobres no deberían rehuir la agricultura:

Hay diversas razones por las que en muchos países pobres es probable que un alto grado de continua dependencia respecto de la agricultura, en especial respecto de la producción agrícola para la venta, represente la utilización más eficaz de recursos para promover niveles de vida más altos. Una de ellas es el conocido argumento de los costos comparativos. Otra razón, menos conocida, es que la producción de cultivos comerciales constituye una ruptura menor con los métodos tradicionales de producción que la industrialización subvencionada o impuesta. La agricultura ha sido la ocupación primordial en la mayoría de estos países durante siglos o, incluso, milenios. Así, en la producción de cultivos comerciales, las dificultades de la adaptación de actitudes e instituciones durante la transición desde la producción de subsistencia a una economía de intercambio o monetaria no se ven agravadas por la necesidad de aprender al mismo tiempo métodos y técnicas de producción totalmente novedosos. Tras algún tiempo de producir cultivos comerciales, a las personas les resulta más fácil acostumbrarse a las costumbres, las actitudes y las instituciones propias de una economía monetaria. Esta mayor familiaridad con la economía monetaria facilita la industrialización eficaz. En esas condiciones de transición desde una economía de subsistencia a una monetaria —muy generalizadas en los países pobres—, la producción de cultivos comerciales y la industrialización eficaz se van complementando con el correr del tiempo. La comparación desfavorable que suele trazarse entre la agricultura y la manufactura en detrimento de la primera ilustra un enfoque al desarrollo económico que no tiene en cuenta al tiempo ni la historia, que no concuerda con el desarrollo histórico de las sociedades (Bauer 1972, 144-45).

Ahora sabemos, desde luego, que la industrialización a través de la sustitución de importaciones derivó en un enorme sesgo en contra de la agricultura, así como también generó otras distorsiones económicas adversas al crecimiento. Los países de Asia Oriental que abandonaron el modelo confirmaron la tesis de Bauer, como lo hicieron también, lamentablemente, los países que no lo abandonaron. De hecho, Bauer (1957, 79) advirtió sobre las “medidas restrictivas” que se estaban aplicando en gran parte de África y en los países en desarrollo: “estas economías no han experimentado el comparativamente largo período de actividad económica sin restricciones que atravesaron en el pasado los países desarrollados; esta aparición prematura del restriccionismo económico efectivo puede retardar notablemente la tasa de progreso económico de esos países”.

En otras esferas relacionadas con el pensamiento de desarrollo acerca del comercio, las críticas de Bauer resultaron igualmente visionarias y arrolladoras. Entre los ejemplos figuran su crítica a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Bauer 1972, publicada por primera vez en 1967) y sus análisis sobre las juntas de comercialización del sector agrícola, el supuesto deterioro de los términos de intercambio, los convenios sobre productos básicos y las crisis de la balanza de pagos. Bauer (1972, 457) jamás se cansó de señalar que “Ahora, como en el pasado, las regiones y los sectores subdesarrollados más avanzados son los que están en contacto con los países desarrollados”. Su exposición acerca de los efectos del comercio en los países pobres fue, por mucho, la más contundente desde el punto de vista conceptual entre las de los principales expertos en desarrollo.

La influencia de Bauer

Todo intento de explicar la marginación de Bauer dentro del campo de su profesión es, necesariamente, conjetural. ¿Cómo se explicaría, por ejemplo, la crítica que Little (1961) hizo de Bauer calificándolo de “adolescente político” seguida años más tarde por una evidente mutación de punto de vista —según se manifiesta en su libro Economic Development (Little 1982)— que concuerda con el propio liberalismo de mercado de Bauer, pero en el cual Little se refiere a él en una sola nota al pie (que, por su parte, no hace referencia a las ideas de Bauer)?8

En su artículo que reseña la política comercial, Krueger (1997, 7) se refiere a las décadas de 1950 y 1960 y observa que “Durante más de una década, la creciente disparidad entre la teoría y la práctica pasó prácticamente inadvertida”. Agrega que “Uno de los aspectos enigmáticos de la evolución del pensamiento sobre las políticas económicas es el grado en que los defensores de los regímenes de libre mercado no lograron refutar la aseveración de que el libre comercio dejaría para siempre a los países en desarrollo especializados en la producción de artículos primarios de la agricultura” (11). Claramente Krueger no conocía las refutaciones brindadas por Bauer o bien no las consideró importantes.

Como advierte Lal (1987, 46), es posible que la incomodidad que genera Bauer a los economistas de la corriente dominante se deba a “una visión positivista epistemológicamente débil de la economía como ciencia”.9 Por el contrario, Bauer advirtió sobre el peligro de considerar el estudio de la economía como si fuese similar a una ciencia física. Los datos son importantes, pero también lo son las relaciones entre fenómenos que sólo pueden descubrirse a través de la observación directa, entre ellos factores que no es sencillo cuantificar, como las actitudes o la dimensión temporal.

Siguiendo una tradición metodológica diferente, gran parte de la investigación sobre el comercio que contribuyó a derribar la ortodoxia en materia de desarrollo tuvo carácter empírico. Krueger observa con acierto que gran parte de las investigaciones se basaron en herramientas de medición, como el análisis de la relación costo-beneficio, que podrían aplicarse en múltiples países. Así, la investigación sobre el comercio proporcionó pruebas contundentes de lo costoso y arbitrario que resulta el proteccionismo. Es probable que Krueger esté en lo cierto cuando señala que esta investigación y la experiencia del desarrollo en sí misma contribuyeron enormemente a socavar el consenso predominante. Sin embargo, cabe pensar que los economistas pro-mercado habrían logrado mayor eficacia si no hubieran desestimado tanto a Bauer.

De hecho, la sensibilidad liberal clásica de Bauer le permitió arribar a conclusiones que sólo años más tarde alcanzaron otros. Como ejemplos pueden citarse su énfasis en las instituciones, las costumbres y las políticas gubernamentales como factores determinantes del desarrollo, y su visión pesimista de la politización de la vida a causa de un mayor intervencionismo estatal, idea que más tarde sería desarrollada en investigaciones sobre las burocracias y la búsqueda de rentas.

En el Asia sudoriental y África occidental, Bauer pudo ver un progreso económico que “no era el resultado de iniciativas conscientes para construir una nación (como si las personas fueran ladrillos sin vida manipulados por algún maestro de obras) […] Lo que ocurría era en gran medida consecuencia de las reacciones voluntarias individuales de millones de personas ante las oportunidades que surgían o se ampliaban mayormente gracias a los contactos externos y que se volvían visibles para las personas de diversas maneras, en especial a través del mercado. Estos avances eran posibles gracias a la existencia de un gobierno firme pero limitado, sin grandes desembolsos de fondos públicos ni cuantiosas subvenciones externas” (Bauer 1984, 31). El hecho de que co-existieran sectores avanzados de la economía con sectores tradicionales demostraba, para Bauer, la propagación del progreso económico, en particular considerada dentro de un marco temporal razonable y comparado con la experiencia histórica similar de Occidente; no era una prueba de la existencia de enclaves ni de la falta de encadenamientos ascendentes o descendentes.10

El enfoque particular de Bauer respecto al estudio del desarrollo, si bien no era del agrado de algunos, le brindó esta y otras perspectivas. No obstante, otra explicación de por qué estas ideas fueron subestimadas es que las generaciones más jóvenes de economistas sencillamente no las conocieron. Lal (1987, 43) declara que, a causa de las reseñas negativas, la obra de Bauer fue “descartada” durante mucho tiempo por los contemporáneos de Lal. William Easterly advierte: “Es asombroso hasta qué punto la investigación y el pensamiento tanto míos como de mis coautores de mentalidad semejante a la mía fueron anticipados décadas antes por Bauer, sin que nos diéramos cuenta. Un ejemplo no tan obvio de ello es el escepticismo de Bauer ante la idea de que la inversión y la acumulación de capital constituyen una fuerza muy importante para el desarrollo económico, escepticismo que hemos compartido junto con Ross Levine y Lant Pritchett y expresado en varios trabajos publicados en la última década” (Easterly 2005).

Al final, la influencia de Bauer bien puede ser mayor de lo que se estima en general. A medida que la economía del desarrollo ha ido madurando y logrando una comprensión más sofisticada de la complejidad del proceso de crecimiento, en los últimos años destacados académicos han citado elogiosamente a Bauer. Y los estudiantes de esta rama de la economía que buscan conocimientos e inspiración continuarán leyendo a Bauer. Con todo, ahora que el consenso general favorece las políticas orientadas al mercado, considero que Bauer se habría mostrado escéptico frente a las recientes iniciativas emprendidas bajo esa insignia. Un ejemplo es la iniciativa actualmente de moda por parte de algunos organismos de ayuda externa para promover políticas e instituciones “sólidas”. En aspectos fundamentales, Bauer aún está adelante en este debate.

Alguna vez, Bauer (2000) describió al economista indio B. R. Shenoy como un héroe y un santo. Las opiniones de Shenoy sobre las políticas económicas diferían de las que primaban en su país en la década de 1950.11 Para Bauer, Shenoy fue un héroe porque se opuso públicamente a las modas en el área del desarrollo, y un santo porque conservó la calma “frente a la indiferencia, el descrédito, aun el maltrato”. Bauer sostenía que Shenoy había influido personalmente en su propia conducta y en sus opiniones. “Shenoy reunía valentía moral, integridad intelectual y competencia técnica hasta un grado excepcional. Las pocas personas que poseen esta combinación de atributos son sumamente valiosas, tanto en la vida pública como en el trabajo académico. Revisten especial valor en el estudio de la sociedad, donde por lo demás escasean.” Bauer concluía: “Que nunca se extinga el legado de Shenoy y sus semejantes, ni en Oriente ni en Occidente”. Que así sea.

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