La reactivación, una oportunidad para pocos - lanacion.com
La crisis económica internacional, sumada a problemas propios de la economía argentina, hizo sentir sus efectos en nuestro país. Aunque minimizados estos efectos por la lectura oficial, el impacto que la crisis global tuvo sobre la actividad económica y las expectativas de inversión son inocultables. En este marco se verifica una destrucción neta de puestos de trabajo registrados y una aún mayor caída del empleo y del ingreso en los sectores intermedios y en los negocios informales. Estos últimos, mucho más expuestos frente a la falta de una política activa de protección.
Ahora bien, la actividad económica para la última parte de 2009 deja entrever una modesta recuperación que muy posiblemente habrá de continuar durante 2010. Sin embargo, lo más probable es que su impacto sobre el empleo no habrá de ocurrir antes del segundo o incluso tercer trimestre. ¿Será suficiente esa recuperación para resolver los problemas estructurales del desempleo, la pobreza y desigualdad?
Al respecto, cabe recordar que la tasa de exclusión de fuerza de trabajo (desocupados y trabajadores de indigencia) llegó a 28%, tras alcanzar un piso de 22% en 2007-2008. Del mismo modo, después de que el miedo a perder el empleo alcanzara a 20% de los ocupados, este temor ascendió a 29% en la última parte del año.
No nos equivocamos si suponemos que esta evolución sigue reglas de inequidad estructural, y esto no sólo debido a la responsabilidad que puedan tener los mercados. Una vez más la crisis mostró que los que más la sufren son quienes menos oportunidades tienen, y que las etapas de expansión nunca son suficientes.
Frente a un Estado lento, torpe o ausente en cuanto a políticas de empleo hacia los sectores informales y las economías comunitarias de subsistencia, en la inocultable sociedad del 30% más pobre de la población, sólo 14% de los trabajadores cuenta con un empleo legal , al que pueden calificar como "seguro". Lamentablemente, un porcentaje similar lo perdió durante la crisis, sin que nunca les llegaran las inversiones sociales, las políticas de subsidios ni los programas de empleo condicionados a lealtades políticoinstitucionales. De tal modo que hasta el miedo a perder el empleo es para los trabajadores de los hogares más pobres un pobre privilegio . La mayoría transita entre el desempleo, las changas, los trabajos de indigencia, la precariedad laboral, la extralegalidad, la política asistencial, sin que suceda un cambio cualitativo en sus oportunidades de movilidad social.
Incluso, en el mejor de los pronósticos, bajo el actual modelo económico, menos del 50% de la población activa logrará acceder a un empleo decente . De ahí que cabe interrogarse, ¿cuán efectiva será la reactivación económica que se avecina para lograr un cambio cualitativo en el mundo del trabajo? ¿Logrará la política económicolaboral un horizonte de desarrollo más ambicioso y menos especulativo que el esperar que los mercados goteen bienestar hacia los sectores más postergados? ¿No es quizá necesario encarar antes una serie de efectivos compromisos de diálogo y de consenso capaces de movilizar amplios recursos y voluntades hacia una verdadera estrategia de desarrollo?
Estas preguntas encierran el genuino anhelo de que cualquier nueva etapa de crecimiento económico logre constituirse, en el marco de una nueva institucionalidad compartida, en una oportunidad de mayor progreso, equidad e integración social. Para ello es necesario estar preparados, antes de que viejos espejismos anulen una vez más nuestras esperanzas. Tal vez, todavía no sea tarde.
El autor dirige el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA
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