viernes, 9 de julio de 2010

El Heraldo

El Heraldo

Se convierte en un verdadero reto para el Presidente electo el darle solución a las dramáticas cifras de desempleo recientemente publicadas por el Dane durante el trimestre marzo-mayo del presente año, y que se prevé continuarán hasta los inicios de su mandato.

En Colombia, en el período antes mencionado, el porcentaje de desempleados subió a un 12%, es decir 2,6 millones de compatriotas, 108.000 más que en el igual período del año pasado. Esta cifra nos ubica en el nada honroso segundo lugar, detrás de Puerto Rico, en el ranking latinoamericano de naciones con mayoría de habitantes cuyo ‘trabajo’ es deambular por las calles en búsqueda de conquistar un puesto o al menos algunos pesos que les permitan soliviantar sus precarias condiciones de vida.

Y es que, volviendo a nuestra cruda realidad nacional, se hace patético el conocer por parte del Dane que el 57,2% de los colombianos que se encuentran laborando pertenecen al rango de independientes, y desempeñan ocupaciones informales y no calificadas, léase en el clásico ‘rebusque’, trabajando en un horario de más de 10 horas diarias, domingos y festivos y sin prestaciones sociales. Un verdadero caldo de cultivo para la pobreza, la enfermedad mental y física, la violencia social y la delincuencia, que azotan nuestro país.

En estas condiciones de subempleo se encuentran 6,9 millones de colombianos que aunque en diversas ocasiones se han encomendado a Santa Helena y a San Antonio (los santos de los desempleados) no hallan en ninguna parte luz verde a sus ilusiones de colocarse en un puesto estable que les garantice calidad de vida a él y a su familia.

Según estudios adelantados en nuestro medio, el desempleado colombiano, en especial el hombre cabeza de hogar, vive con su parentela un verdadero ‘sambenito’ familiar en donde son comunes los problemas de salud, en especial insomnio y desnutrición, debido a la ingestión alimenticia desordenada en los horarios y de baja calidad nutricional; las depresiones continuas que en diversas ocasiones han llevado al suicidio, la desubicación temporal (por ejemplo no hay diferencia en las horas del día o entre festivos y días de semana), el alto consumo de alcohol y los conflictos con la pareja y con los hijos debido a la disminución del estatus en su rol de autoridad.

Si en estas difíciles circunstancias se encuentran los que no tienen un empleo fijo, no dejan tampoco de ser preocupantes las afugias y correndillas en que viven los que sí lo tienen. Los angustiosos datos estadísticos del Dane exponen que la inmensa mayoría de trabajadores formales en Colombia ganan un máximo de dos salarios mínimos, y aunque cuentan con todas las prestaciones legales y afiliaciones a EPS y Pensión, casi las dos terceras partes de sus ingresos les alcanza a duras penas para la cancelación de arriendo, transporte, alimentación básica y servicios públicos, no quedando para actividades educativas o culturales que dignifiquen su condición humana. Es más, ante la caída de los ingresos familiares, las amas de casa y los estudiantes están dejando sus hogares para buscar alguna oportunidad laboral, con lo que se debilita la estabilidad y el futuro del núcleo familiar, base de nuestra sociedad.

No obstante, cabe resaltar como algo positivo dentro de estas cataratas de desalentadoras noticias, el aliciente que nos queda en la Costa Caribe de que a marzo del 2010 el mismo Dane haya reportado a Santa Marta como la ciudad que presenta a nivel nacional el menor desempleo, con 8,5 por ciento, seguida de Barranquilla, con 9,5 por ciento, y San Andrés, con 10,4 por ciento.

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