100225, OCTAVIO RODRIGUEZ ARAUJO, LA JORNADA
Lo sabíamos porque se ve en la calle, pero faltaba el dato duro. Éste nos lo ha ofrecido Juan Antonio Zúñiga en su nota del martes pasado en este diario. Cito: La producción nacional de bienes y servicios tuvo una contracción anual de 6.5 por ciento durante 2009, informó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)”. Y más adelante añadió: “De acuerdo con las cifras históricas del organismo, ésta es la mayor caída del producto interno bruto (PIB) en 76 años, después del desplome de la economía ocurrido en 1933. El decrecimiento económico del año pasado superó al de 1995, el cual fue de 6.2 por ciento”.
Si el desplome de la economía en los años 30 del siglo pasado se debió a la Gran Crisis (así, con mayúsculas), ¿el de ahora puede considerarse igualmente una gran crisis? Por sus efectos en el empleo y en la capacidad de la mayoría de la población para cubrir sus necesidades básicas, sí, pero hace 76 años no se contaba, como ahora, con la válvula de escape conocida como economía informal, que en México mantiene ocupada más o menos a 60 por ciento de la población económicamente activa. Es la economía informal la que en parte ha salvado a la clase dominante de estallidos sociales que la pudieran poner en peligro de perder el control. Lo mismo se puede decir del gobierno, a pesar de sus grandes debilidades. La economía informal se inscribe en la lógica, aunque sea por coincidencia, de la individualización de la sociedad que no sólo ha propiciado el neoliberalismo como ideología dominante, sino la crisis económica que, para fines prácticos y al margen de estadísticas, se viene arrastrando desde mediados de los años 70, con algunos altibajos.
La economía informal es por definición la búsqueda individual de supervivencia, el “sálvese quien pueda” que se da en toda catástrofe, como cuando se hunde un barco. Para alguien desesperado, vender productos chatarra o piratas en las calles o bajo la mesa de un changarro aparentemente legal, o emplearse en las redes controladas por el llamado “crimen organizado”, es la única forma de no morir de hambre. Es por esto que el gobierno tolera estas actividades y la razón por la cual la guerra de Calderón va a fracasar, ya está fracasando. Si a esta situación, comprobable con datos también duros y citados por Zúñiga, se agrega la invasión masiva del neoliberalismo como ideología, que postula una sociedad de individuos, de esfuerzos personales, de ganadores y perdedores y de oportunidades para quienes luchan, incluso contra sus pares, para hacerse de un lugar en la economía (formal e informal), el cuadro es casi perfecto tanto para los señores del dinero como para los gobiernos a su servicio. Y es así porque la individualización de la sociedad ha cancelado, salvo en situaciones verdaderamente críticas y coyunturales localizadas (inundaciones, terremotos, defensa de la propiedad, etcétera), la solidaridad social y el espíritu de cuerpo, para no hablar de la identidad de clase que se perdió cuando el socialismo dejó de ser una moda para convertirse en una expresión entrecomillada o de adorno en el discurso.
Esta individualización de la sociedad en una dinámica de “sálvese quien pueda” explica en buena medida por qué la Confederación de Trabajadores de México (CTM), como se dice en una nota periodística, está en agonía y, lo peor, que no haya una fuerza organizada equivalente de trabajadores ni intentos, como en el pasado, por crear una gran central obrera alternativa. La reacción misma de poco más de la mitad de los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), al aceptar su liquidación después de la artera desaparición de Luz y Fuerza, demuestra que la conciencia de clase y el espíritu de cuerpo se han desvanecido en el país. Hubo protestas, incluso movimientos, y los ha habido y los habrá en otros sectores de la población igualmente injuriada, pero debe reflexionarse por qué se trata de muchos pequeños movimientos (cada vez menos, comparados con los de hace 20 o 30 años) y no de grandes agitaciones o expresiones articuladas de descontento, que motivos hay y sobran. Esto explica, al margen de los errores de Marcos, por qué el neozapatismo ha casi desaparecido fuera de su zona de influencia directa y por qué la otra campaña fracasó rotundamente. Y esto explica por qué el Foro Social Mundial declinó hasta convertirse en desangeladas reuniones aisladas en diferentes países. Y así podría poner decenas de ejemplos de manifestaciones de descontento, algunas artificiales, como la de Atenco con motivo de los floristas expulsados de “sus” banquetas (¿los mismos defensores de los de Atenco recuerdan los nombres de los floristas agraviados?), y otras más auténticas que no lograron la solidaridad social que merecían. Los partidos políticos, para colmo, son dirigidos por gente sin principios y oportunista, y esto es así porque sus militantes están más preocupados por la chuleta (que es mucho decir) que por organizarse y hacer valer su fuerza numérica para tener los dirigentes que deberían si participaran activamente. Tal vez esta no participación se deba a que los militantes de los partidos tienen, como los ciudadanos comunes, otras prioridades: encontrar empleo y mantener a sus familias; sobrevivir en suma.
¿Soluciones? No las tengo. Pero seguramente no se encontrarán pensando que los cambios que necesita el país dependen, como si se tratara de un deseo pedido al genio de la lámpara, de una sociedad a modo que sólo existe en la subjetividad de algunos. Me acusarán de leninista trasnochado, pero sigo pensando que es necesario un partido que no sólo convoque a la movilización social, sino que articule políticamente la inconformidad al mismo tiempo que se preocupe, activamente, de su educación política.
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